miércoles, 30 de abril de 2014

"HUBO UN TIEMPO", Mayte Dalianegra


Bajo el resplandor lunar, el mar brilla encendido
en pavesas de plata.
Sus aguas grisáceas
son una gran perla de nácar oscuro.
La noche lo abraza amorosa
con brisa salina.

Escucho esa noche,
escucho la lengua anfibia de las olas
lamiendo la arena negra de la playa, y un arrullo
intermitente, como de paloma enamorada.

Hubo un tiempo
en que imploré
un ancla en un puerto distante,
más allá del horizonte impreciso
que mis ojos podían columbrar.

Hubo un tiempo
en que no dudaba,
en que no temía,
en que me despeñaba dentro de cualquier pupila
donde crepitase un fuego.

Hubo un tiempo, 
pero 
el de hoy,
el de ahora,
el de ya siempre,
es seguir contemplando
esa calma en el sosiego de tus aguas.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: “El Vesubio en Posillipo”  (1788), Joseph Wright of Derby

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"EL BESO", Anne Sexton

Mi boca florece como una herida.
He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!

Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!

Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.

Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.

Anne Sexton.

Pintura: “Pygmalión y Galatea” (1890), Jean León Gerôme.

martes, 29 de abril de 2014

"LA BALADA DE LA MASTURBADORA SOLITARIA", Anne Sexton

Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.

De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndos en la playa,
en la yema de los dedos un piano, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen las piedras.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que os habéis casado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las criaturas destellantes están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Anne Sexton.

Pintura de Steve Hanks.

"LOS BOMBARDEROS", Anne Sexton

Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores

La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado
y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.

¿Dónde están tus méritos,
América?
 Anne Sexton.

Pintura de Christopher McVinish.


Mis poetas favoritos: ANNE SEXTON

Anne Sexton (Anne Gray Harvey) (Norton, Massachusetts: 9 de noviembre de 1928 - Boston: 4 de octubre de 1974) poetisa estadounidense. Anne Gray Harvey nació el 9 de noviembre de 1928 en el seno de una familia burguesa de Massachusetts. Hija de un exitoso fabricante de lanas, era la menor de tres hermanas. Siempre vivió en buenos barrios de Boston. Decidió dejar los estudios para casarse. Su primer contacto con la depresión fue en el posparto de su primera hija. Y entre principio y fin un ciclón poético, sexual, doméstico, alcohólico, familiar, médico...

Pasó la mayor parte de su vida en los alrededores de Boston. Vivió en San Francisco y Baltimore.En 1945, estudió en un colegio-pensión, la Rogers Hall School, en Lowell, Massachusetts. Se casó en 1948 con Alfred Muller Sexton II, conocido por el pseudónimo «Kayo». Vivieron juntos hasta su divorcio en los años 1970 y tuvieron dos hijas, Linda Gray Sexton (1953), que más tarde se haría novelista, y Joyce Sexton (1955). En 1954 se le diagnosticó depresión postparto, sufrió su primer colapso nervioso, y fue admitida en el hospital Westwood Lodge. En 1955, después del nacimiento de su segunda hija, Sexton sufrió otra crisis y fue hospitalizada de nuevo; sus hijas fueron enviadas a vivir con sus abuelos paternos. Ese mismo año, en su cumpleaños, intentó suicidarse.

viernes, 25 de abril de 2014

"AQUEL ABRIL", Mayte Dalianegra


La mañana amaneció
coagulada de ansias y de nubes
plomizas,
como perros ladrando
falsas intenciones
de diluvio.

Quise ser reina
de carnaval veneciano
en pleno mes de las lluvias,
pero fui hoja trémula turbada
por los demonios de mis miedos.

Mis pasos me conducían
—uno a uno—
al colapso
de verme frente a ti,
de verte frente a mí
—por primera vez—
sin más abrigo que la verdad
hecha beso y abrazo,
hecha fuego y ola,
hecha hoguera y mar,
hecha espejo.

Y así habitaste
mi cuerpo prisionero de tu magia,
de tu cadencia,
y así saciaste también
mi hambre de vértigos,
mi hambre de tus jardines
opulentos, donde se yergue el vigoroso
tulipán.
Y así sacié tu hambre
de labios,
de amapolas rojas,
de pulposas frutas
de mi bosque inflamado y rugiente.

Las horas pisaban de puntillas,
temerosas del tiránico alarido
del reloj.
Y entonces llegó,
y entonces emergió la despedida,
y fue tan parca como perpetua.

Ya nunca olvidaré aquel abril.

La nostalgia es el único patrimonio
de quienes hemos perdido toda fe.

 (Mayte Dalianegra)

 Pintura de Renso Castaneda Zevallos
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"ROJO", Ted Hughes

El rojo era tu color.
Y si no había rojo, entonces blanco. Pero
Tú siempre te rodeabas de rojo.

Rojo sangre. ¿Era eso: sangre?
¿Rojo ocre, para acalorar a los muertos?
Hematites para inmortalizar
Las preciosas reliquias, los preciados huesos de la familia.
Cuando por fin te saliste con la tuya,
Nuestro cuarto fue rojo. Una sala de juicio.
Un joyero cerrado. La alfombra de sangre
Decorada con manchas solares, coágulos.

Las cortinas de pana –sangre rubí,
Cataratas de pura sangre resplandeciente, cayendo a plomo desde el techo.
También los cojines. Y también
El asiento pegado a la ventana, de un carmín crudo.

Una celda palpitante. Un altar azteca –un templo.
Tan sólo las estanterías se libraron, acogiéndose al blanco.
Y afuera, tras la ventana,
Amapolas finas, frágiles y arrugadas
Como la piel en carne viva,
Salvias, de las que tu padre sacó tu nombre,
Como la sangre manando de un tajo,
Y rosas, las últimas gotas del corazón,
Catastróficas, arteriales, condenadas.

Tu amplia, larga falda de terciopelo, una venda de sangre,
Un profuso río de borgoña.
Tus labios bañados de oscuro carmesí.
Tú te regocijabas en el rojo,
Pero a mí me resultaba crudo –como los bordes crepitantes
De una herida cicatrizando bajo una gasa. Yo podía tocar
La vena abierta en ella, su brillo encostrado.

Todo cuanto pintabas, pintabas de blanco
Lo salpicabas luego de rosas, lo derrotabas,
Reclinada sobre ello, pingando rosas,
Llorando rosas y más rosas,
Y a veces, entre ellas, un pequeño pájaro azul.

El azul te sentaba mejor. El azul te daba alas.
Las sedas azules del martín pescador de San Francisco
Envolvieron tu preñez
Con caricias de crisol.

El azul era tu espíritu benéfico –no un demonio
Electrificado, sino un guardián solícito.

En el pozo del rojo
Te escondiste de la blancura ósea de la clínica.
Pero la joya que perdiste era azul.

Ted Hughes.

Pintura de Chris Dellorco.

"ULTIMA CARTA", Ted Hughes

¿Qué ocurrió aquella noche? Aquella última noche
En que todo fue expuesto dos veces,
Tres. Te vi viva por última vez
Al caer la tarde del viernes
Quemando en el cenicero con una extraña sonrisa
Esa última carta a mí. ¿Había yo estropeado tus planes?
¿O me había sorprendido antes de lo que tenías previsto?
Una hora más tarde y ya te habrías marchado
Donde yo no pudiese encontrarte.
Yo, con tu carta en la mano,
Un rayo que no podía llegar a la tierra,
Me habría alejado de tu puerta cerrada y roja
Que ya nadie abriría.
Eso para mí
Hubiera sido un tratamiento de choque
Que se repetiría una vez y otra, todo el fin de semana,
Cuando la leyera o simplemente al pensarla.
Eso hubiera ordenado mis pensamiento y mi vida.
El tratamiento que planeabas necesitaba tiempo.
No puedo imaginarme cómo
Hubiera podido soportar ese fin de semana.
No puedo imaginarlo. ¿Lo tenías ya todo planeado?

"MINOTAURO", Ted Hughes

La tabla de la mesa de caoba que rompiste
Había sido el ancho tablón superior
Del armario legado por mi madre:
Surcado por las cicatrices de mi vida entera.

Se venció bajo el martillo.
Aquel día blandiste un alto banco
Enloquecida por mi retraso
De veinte minutos para cuidar a los niños.

“¡Espléndido! —grité—. Adelante,
Rómpela en mil pedazos.
¡Eso es lo que estás omitiendo en tus poemas!”
Y después, obsequioso y más tranquilo:
“Dale ese ímpetu a tus versos
Y lo habremos logrado.” En la honda caverna de tu oído
El duende tronó los dedos.

¿Qué le había dado yo?
El sangriento extremo de la madeja
Que deshilachó tu matrimonio
Dejó a tus hijos resonando
Como túneles en un laberinto,
Llevó a tu madre a un callejón sin salida
Y te condujo a la tumba
Cornuda y rugiente de tu padre resucitado
Con tu propio cadáver dentro.

Ted Hughes.

Pintura: "Ariadna y el Laberinto",  Jake Baddeley.

domingo, 20 de abril de 2014

"LOS GIRASOLES DE VAN GOGH", Mayte Dalianegra

Creciendo en espirales, en volutas
de inquebrantable luz,
se apiñan doce soles diminutos,
surgiendo por encima del lindero
de arcilla de un jarrón.

Al entornar los ojos,
el turquesa del fondo suena a cielo,
el siena de la mesa habla del oro
oculto en la labor
de un campo desgarrado, primitivo,
y el verde de los sépalos ondula
como bandera invicta
de un pincel apresado por un tiempo
renovador y fresco.

Igual que ayer, hoy vemos
la llama pigmentada que el violento
corazón de un pintor clarividente,
legó a la sinrazón del universo.

Primero vieron sus ojos el germen,
núcleo elemental
—de la tierra, preñez—,
luego fue aquilatar una corona
rubia, de espinas duras,
mirando, siempre atenta,
el eterno rotar en torno al sol.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: “Vaso con doce girasoles" (1889), Vincent van Gogh. Museo de Arte de Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos de América
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"EMILY BRÖNTE", Ted Hughes

El viento de Crow Hill era su amado.
Sólo ella sabía el secreto de su historia ardiente.
Pero su beso fue fatal.

En su oscuro Paraíso reinaba
El arroyo que ella adoraba tanto
Y consumió su pecho.

El crespo y húmedo rey de ese reino
Salvó el muro
Y yació en su cama enferma de amor.

Y zarapito cubrió sus entrañas.

Bajo su corazón creció la piedra.

Su muerte es un llanto de niño por el páramo.

Ted Hughes.

Pintura:  "Retrato de Emily Brönte", autor anónimo, mitad del s. XIX.

Mis poetas favoritos: TED HUGHES

Ted Hughes (Edward James Hughes, 16/07/1930 - 28/10/1998), fue un poeta y escritor británico. Nació el 16 de julio de 1930 en Mytholmroyd, Yorkshire, y cursó estudios en la Universidad de Cambridge.

En sus poemas, suelen aparecer personajes de animales, como Cuervo (1970). Al igual que los escritores de tradición celta, Ted Hughes está profundamente condicionado por el paisaje, que se convierte en un elemento definitorio del propio ser. De este modo, los elementos del paisaje -los páramos, los arroyos, los animales, las rocas- se transforman en metáforas de la naturaleza humana.

La obra de Hughes tiene un tono casi feroz, y enfatiza el inconsciente. Especialmente relevante en los años sesenta y setenta, su poesía supuso una superación del limitado campo del intimismo y de las "afirmaciones mínimas" que cultivaron los poetas del Movement -Kingsley Amis, D. J. Enright, Thom Gunn, John Wain, Donald Davie y sobre todo, Philip Larkin-, incapaces de dar respuesta a los traumáticos acontecimientos de la II Guerra Mundial y la posguerra.

Frente al tono moderado, conversacional y cotidiano de los poetas de los cincuenta, Hughes enriquece la lengua poética con fórmulas que parecían desterradas como la imagen, la metáfora y, sobre todo, el símbolo. Esta nueva corriente que Hughes inicia, pronto se verá seguida por poetas como John Silkin, Peter Redgrove y el irlandés Seamus Heaney.

Sus obras incluyen El halcón en la lluvia (1957),Lupercal (1960), Wodwo (1967), Poemas selectos: 1957-1967 (1972), Canciones de temporada (1976) y Moortown (1979). Ha escrito obras de teatro, poemas y cuentos para niños, entre ellos, Bajo la estrella polar (1981) y ¿Qué es la verdad? (1984).

Hughes contrajo matrimonio con la poeta estadounidense Sylvia Plath.

Su libro, Birthday Letters (Cartas de cumpleaños) contiene algunas de las páginas más bellas de la poesía inglesa del siglo, y también los misterios, el amor y los sinsabores de su matrimonio con Sylvia Plath. Hughes rompió con este libro 35 años de silencio sobre aquella relación y sobre el suicidio de Plath, del que se le culpa durante décadas. En sus seis años de matrimonio tuvieron una hija y un hijo.

En octubre de 1962, Hughes dejó a su mujer, Silvia Plath (que se suicidó 4 meses después) por la periodista Assia Wevill que, curiosamente, también se suicidó años más tarde.

Ted Hughes falleció a consecuencia de un cáncer,  el 28 de octubre 1998, en Londres.

lunes, 14 de abril de 2014

"ELLA", Mayte Dalianegra


Con cierta frecuencia escribimos 
su nombre con saliva,
su nombre siempre cercano,
tan familiar como un latido
y a la vez 
tan ajeno como un confín remoto.

Sabemos de ella
por propios y extraños,
sabemos, también, 
de su infame capacidad para la réplica.
Es mar y atmósfera,
la costa de nuestra isla.

Algunas veces
la notamos pegada a la piel
y nos lacera cuando 
quienes caen 
—bajo su siniestra y terca alquimia—
son aquellos que nos donaron el aliento
o aquellos a quienes aliento concedimos.

Pero en ningún caso,
nunca, nunca, creemos 
que se abrirá paso entre las multitudes
y nos señalará 
con su dedo huesudo y franco
—en un día en que la ceniza
nublará soles y reliquias—,
dispersando la tropa de marañones
que nos escuda,
hincándonos el agudo filo de su quijada
y cerniendo sobre nosotros
su plumaje totémico
negro como la noche
y, como la noche cósmica, 
eterno.

En ningún caso,
nunca, nunca, creemos 
que nos llegará ella.

Ella, que es nuestra legítima
y única patria.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura de Aaron Nagel

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"LÍMITE", Sylvia Plath

La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.

Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.

Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.

La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.

 Sylvia Plath.

(Éste fue el último poema que escribió antes de suicidarse).

Pintura: "Ophelia" (1903), Odilón Redon.

"HOMBRE DE NEGRO", Sylvia Plath

Reciben el ímpetu
Y se amamantan de la mar gris.

A la izquierda y la ola,
abre su puño contra el elevado
promontorio alambrado de púas.

De la prisión de Deer Island
con sus cuidados criaderos,
corrales y pastos de ganado.

A la derecha, el hielo de marzo
abrillanta aún los pocitos en las peñas,
acantilados de arenas penetrantes.

Se levantan de un gran banco de piedra
Y tú, contra esas blancas piedras
caminabas en tu ófrica chaqueta.

Negra, negros zapatos, cabello negro.
Te detuviste allí,
detenido vértice.

En la punta lejana,
afianzando piedras, aire,
todo ello, al unísono.

Sylvia Plath.

Pintura: "Hijo del hombre" (1964), René Magritte. Museo Magritte, Bruselas.

"AMAPOLAS EN JULIO", Sylvia Plath

Pequeñas amapolas, llamitas infernales,
¿es que daño no hacéis?

Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.
En su fuego pongo las manos.  Nada se incendia.

Contemplarlas me consume.
Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel
de alguna boca.

¡Una boca recién ensangrentada
pequeñas faldas sangrientas!

Hay efluvios que no puedo asir.
¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?

¡Si pudiera desangrarme y dormir! —
¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!

Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio
Apagándose y aquietándose.

Mas, sin color, sin color.  Descoloridamente.

Sylvia Plath.

Pintura: "Amapolas", VIncent Van Gogh.

jueves, 10 de abril de 2014

"TUS MANOS", Mayte Dalianegra


Tus manos sobrevuelan, como águilas expertas,
los valles de mi cuerpo; también las cordilleras,
los ríos que me inundan, los mares que me aniegan.

Tus manos me transitan
vengando el recorrido que media entre mis muslos.
Me toman con sus dedos cegando manantiales,
rugiendo entre las rocas de mis playas ignotas.
Azotan mis abismos con volutas de ola,
avivan mis mareas con luz de plenilunio.

Un retazo espléndido de cielos y de estrellas
me nubla los sentidos,
en un final de espuma que anuncia mis torrentes.

Tus manos siempre vuelven a mi geografía.

(Mayte Dalianegra)

Pintura de Alexandre Jacques Chantron (1842 – 1918)


"CANCIÓN DE AMOR DE LA JOVEN LOCA", Sylvia Plath

Cierro los ojos y el mundo muere;
Levanto los párpados y nace todo nuevamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
Sin sentir galopa la negrura:
Cierro los ojos y el mundo muere.

Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de Satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.

Imaginé que volverías como dijiste,
Pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente).

Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
Al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente).

Sylvia Plath.

Pintura: "Mañana musical" (1867), Dante Gabriel Rossetti.

Mis poetas favoritos: SYLVIA PLATH

Sylvia Plath (27/10/1932 - 11/02/1963) fue una poeta y escritora  estadounidense.  Nació el 27 de octubre de 1932 en el seno de una familia de clase media de Jamaica Plain, Massachusetts.

Cursó estudios en la Universidad de Smith y, con una beca Fulbright, en la de Cambridge, donde conocería al que sería su marido, también poeta.

Su primer libro, El coloso (1960), expone la meticulosidad de su estilo. Ariel  (1965) está considerado como su mejor libro de poemas que, al igual que su poesía posterior publicada después de su suicidio, refleja un ensimismamiento.

La campana de cristal (1963), novela que se editó bajo el seudónimo de Victoria Lewis, es un relato autobiográfico. Su correspondencia, Cartas a casa, 1950-1963, fue publicada en 1975. Poemas completos, ganó el Premio Pulitzer en 1982 y fue editado por su marido, el poeta británico Edward James Hughes (Ted Hughes), en el año 1981. Otras obras, editadas póstumamente, son Cruzando el agua (1971), Árboles de invierno (1972) y Johnny Panic y la Biblia de sueños, libro de cuentos.

A principios de 1963, tras ser abandonada por su marido, se radicó en un apartamento de Londres (donde había vivido el poeta irlandés William Butler Yeats) sin apenas dinero y dedicando sus últimos meses a la poesía. Dos meses después de cumplir los 30 años, el 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath dejó a sus dos hijos -de tres y un año- dormidos, metió la cabeza en el horno, y se suicidó con el gas. Está enterrada en el cementerio de Heptonstall, West Yorkshire, Inglaterra.

Su viudo (del que aún no estaba divorciada), Ted Hughes, se convirtió en el editor del legado personal y literario de Plath. Supervisó y editó la publicación de sus manuscritos. También destruyó el último volumen del diario de Plath, que trataba del tiempo que pasaron juntos. En 1982, Plath fue la primera poeta en ganar un premio Pulitzer póstumo (por Poemas completos -The Collected Poems).

Poemarios: “El coloso” (1960), “Ariel” (1965), “Cruzando el agua” (1967), “Tres mujeres” (1968), “Árboles de invierno (1971) y “Poemas completos” (1981).

Obras en prosa: “La campana de cristal” (The Bell Jar), 1936, “Cartas a casa” (Letters home), 1975, “Johnny Panic y la Biblia de sueños” (Johnny Panic and the Bible of Dreams), 1977, “Los diarios de Sylvia Plath” (The Journals of Sylvia Plath), 1982, “The Magic Mirror” (su tesis doctoral), 1989 y “The Unabridged Journals of Sylvia Plath “(2000).

Literatura infantil: “The Red Book”, “The It-Doesn't-Matter-Suit”, “Collected Children's Stories”, “Mrs. Cherry's Kitchen”.

viernes, 4 de abril de 2014

"ESPERANZA", Mayte Dalianegra

Visité tu tumba
- secreta y metamórfica -
en la costra ardiente
de una sima.

Tu estela – despojada
de fechas y de nombres -
exhalaba el hálito dulce
de las madreselvas, y tú,
tú olías a mi sangre fresca, tú,
esperanza, esmeralda cegadora,
tú olías a mi sangre fresca.

Mayte Dalianegra.

Pintura: "Pandora", Patricia Watwood.
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"BOCA DEL LLANTO", Jaime Sabines

Boca del llanto, me llaman
tus pupilas negras,
me reclaman, Tus labios
sin ti me besan.
¡Cómo has podido tener
la misma mirada negra
con esos ojos
que ahora llevas!

Sonreíste. ¡Qué silencio,
qué falta de fiesta!
¡Cómo me puse a buscarte
en tu sonrisa, cabeza
de tierra,
labios de tristeza!

No lloras, no llorarías
aunque quisieras;
tienes el rostro apagado
de las ciegas.

Puedes reír. Yo te dejo
reír, aunque no puedas.

Jaime Sabines.

Pintura de Dylan Lisle.

"ES LA SOMBRA DEL AGUA", Jaime Sabines

Es la sombra del agua
y el eco de un suspiro,
rastro de una mirada,
memoria de una ausencia,
desnudo de mujer detrás de un vidrio.

Está encerrada, muerta -dedo
del corazón, ella es tu anillo-,
distante del misterio,
fácil como un niño.

Gotas de luz llenaron
ojos vacíos,
y un cuerpo de hojas y alas
se fue al rocío.

Tómala con los ojos,
llénala ahora, amor mío.
Es tuya como de nadie
tuya como el suicidio.

Piedras que hundí en el aire,
maderas que ahogué en el río,
ved mi corazón flotando
sobre su cuerpo sencillo.

Jaime Sabines.

Pintura. "Narciso en la fuente" (1595 - 1600), atribuido a Michelangelo Caravaggio. Galería Nacional de Arte Antiguo. Palacio Barberini. Roma.

martes, 1 de abril de 2014

"FRÁGILES", Mayte Dalianegra


Algunas personas
no estamos hechas
de hormigón con armazón de acero,
sino de mampuesto, y en esos muros
cabe siempre el hueco, la piedra mal encajada
o la desplomada, y la arena que se desprende
por falta de mixtura.

Algunas personas
no estamos hechas
para más combate cuerpo a cuerpo
que el de las pieles
que se aman toda una noche
o toda una tarde o la mañana entera.

Y así avanzamos y así retrocedemos
a base de dar tumbos, de trastabillar
por los andenes de la vida y sus estaciones
sin retorno ni devolución de billetes.

Creemos que el azar, al menos una vez,
se equivocará y nos traerá la fortuna,
y sonreímos cuando esta parece besarnos
las aristas,
¡cuán poco sabemos sobre cómo actúan
los malditos hados!

En ocasiones encontramos un ser parejo
—en esas apariencias
siempre dispuestas al engaño a priori—
o uno tan antagónico que nos imanta
sobremanera, y pensamos
que todos nuestros problemas culminarán
con esta nueva partida
de naipes.

Todo buen tahúr oculta un as en la manga.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: "El tahúr", Georges de La Tour. Museo del Louvre. París


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"CUANDO ESTUVE EN EL MAR ERA MARINO", Jaime Sabines

Cuando estuve en el mar era marino
este dolor sin prisas.
Dame ahora tu boca:
me la quiero comer con tu sonrisa.

Cuando estuve en el cielo era celeste
este dolor urgente.
Dame ahora tu alma:
quiero clavarle el diente.

No me des nada, amor, no me des nada:
yo te tomo en el viento,
te tomo del arroyo de la sombra,
del giro de la luz y del silencio,

de la piel de las cosas
y de la sangre con que subo al tiempo.
Tú eres un surtidor aunque no quieras
y yo soy el sediento.

No me hables, si quieres, no me toques,
no me conozcas más, yo ya no existo.
Yo soy sólo la vida que te acosa
y tú eres la muerte que resisto.

Jaime Sabines.

Pintura: "Adiós" (1892), Alfred Guillou.

"LA LUNA", Jaime Sabines

La luna se puede tomar a cucharadas
    O como una cápsula cada dos horas.
    Es buena como hipnótico y sedante
    Y también alivia
    A los que se han intoxicado de filosofía.
    Un pedazo de luna en el bolsillo
    Es mejor amuleto que la pata de conejo:
    Sirve para encontrar a quien se ama,
    Para ser rico sin que lo sepa nadie
    Y para alejar a los médicos y las clínicas.
    Se puede dar de postre a los niños
    Cuando no se han dormido,
    Y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
    Ayudan a bien morir.

    Pon una hoja tierna de la luna
    Debajo de tu almohada
    Y mirarás lo que quieras ver.
    Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
    Para cuando te ahogues,
    Y dale la llave de la luna
    A los presos y a los desencantados.
    Para los condenados a muerte
    Y para los condenados a vida
    No hay mejor estimulante que la luna
    En dosis precisas y controladas.

    Jaime Sabines.

    Pintura: "Rayos de luna que bajan hacia el mar" Evelyn de Morgan.

Mis poetas favoritos: JAIME SABINES

Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, México, 1926 - Ciudad de México, 1999). Poeta mexicano. En el horizonte de la penúltima poesía mexicana, la figura de Jaime Sabines se levanta como un exponente de difícil clasificación. Alejado de las tendencias y los grupos intelectuales al uso, ajeno a cualquier capilla literaria, fue un creador solitario y desesperanzado cuyo camino se mantuvo al margen del que recorrían sus contemporáneos. Hay en su poesía un poso de amargura que se plasma en obras de un violento prosaísmo, expresado en un lenguaje cotidiano, vulgar casi, marcado por la concepción trágica del amor y por las angustias de la soledad. Su estilo, de una espontaneidad furiosa y gran brillantez, confiere a su poesía un poder de comunicación que se acerca, muchas veces, a lo conversacional, sin desdeñar el recurso a un humor directo y contundente.

Nacido en la localidad de Tuxtla Gutiérrez, capital del Estado de Chiapas, el 25 de marzo de 1926, tras sus primeros estudios, que realizó en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, se trasladó a Ciudad de México e ingresó en la Escuela Nacional de Medicina (1945), donde permaneció tres años antes de abandonar la carrera. Cursó luego estudios de lengua y literatura castellana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y fue becario especial del Centro Mexicano de Escritores, aunque no consiguió grado académico alguno.

En 1952 regresó a Chiapas; residió allí durante siete años, el primero de ellos consagrado a la política y los demás trabajando como vendedor de telas y confecciones. En 1959, tras conseguir el premio literario que otorgaba el Estado, Sabines comenzó a cultivar seriamente la literatura. Tal vez por influencia de su padre, el mayor Sabines, un militar a quien dedicó algunas de sus obras, y, pese al evidente pesimismo que toda su producción literaria respira, Jaime Sabines participó de nuevo y repetidas veces en la vida política nacional; en 1976 fue elegido diputado federal por Chiapas, su estado natal, cargo que ostentó hasta 1979. Y en 1988 se presentó y salió elegido de nuevo, pero esta vez por un distrito de la capital federal.

Compaginar esta actividad política, que parece exigir cierta disciplina ideológica y un proyecto colectivo de futuro, había de ser difícil para un hombre como el que nos revela sus escritos, autor de una obra marcada por el pesimismo y por una actitud descreída y paradójicamente confesional, imbuida de una concepción trágica del amor y transida por las angustias de la soledad. Su poesía se apartó del vigente "estado de cosas", se mantuvo al margen de las actividades y tendencias literarias, tal vez porque su dedicación profesional al comercio le permitió prescindir del mundillo y los ambientes literarios.

Su primer volumen de poesías, Horal, publicado en 1950, permitía ya adivinar las constantes de una obra que destaca por una intensa sinceridad, escéptica unas veces, expresionista otras, y cuya transmisión literaria se logra a costa incluso del equilibrio formal. No es difícil suponer así que la poesía de Sabines está destinada a ocupar en el panorama literario mexicano un lugar mucho mayor del que hasta hoy se le ha concedido, especialmente por su rechazo de lo "mágico", que ha informado la creación al uso en las últimas décadas, pero también por su emocionada y clara expresividad. Este rechazo se hace evidente en el volumen Recuento de poemas, publicado en 1962 y que reúne sus obras La señal (1951), Adán y Eva (1952), Tarumba (1956), Diario, semanario y poemas en prosa (1961) y algunos poemas que no habían sido todavía publicados.

En 1965, la compañía discográfica Voz Viva de México grabó un disco con algunos poemas de Sabines con la propia voz del autor. Sabines reforzó su figura de creador pesimista, su tristeza frente a la obsesiva presencia de la muerte; pero se advierte luego una suerte de reacción, aunque empapada en lúgubre filosofía, cuando canta al amor en Mal tiempo (1972), obra en la que esboza un "camino más activo y espléndido", fundamentado en el ejercicio de la pasividad; un camino que lo lleva a descubrir que "lo extraordinario, lo monstruosamente anormal es esta breve cosa que llamamos vida". Pese a una cierta reacción que lo aleja un poco de su primer y profundo pesimismo, sus versos repletos de símbolos que se encadenan sin solución de continuidad están transidos de una dolorosa angustia.

Con un estilo que no teme la vulgaridad ni rechaza las tradiciones, la sabrosa y cordial poesía de Sabines puede también tomar un mayor vuelo, como se puso de manifiesto en el ambicioso proyecto Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), un poema casi narrativo en el que el padre del poeta se constituye en protagonista del mundo y de la vida. Vinieron luego Nuevo recuento de poemas (1977), otro volumen antológico que recoge el material anterior, y Poemas sueltos (1983). Todos estos textos, así como una segunda parte de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, fueron recogidos en la edición de 1987 de Nuevo recuento.

Traducida a varias lenguas, su obra fue galardonada con varios premios como el de literatura otorgado por el gobierno del Estado de Chiapas (1959), el Xavier Villaurrutia, instituido en honor del gran escritor mexicano (1972) y el Elías Sourasky de 1982. En 1983 recibió el Premio Nacional de las Letras. Sus últimos años estuvieron marcados por una larga lucha contra el cáncer.

Los versos de Sabines son directos y transparentes, y aunque no desdeña el refinamiento de la poesía culta, su estilo se inclina más hacia lo conversacional. Ello le ganó el favor del gran público, que se hizo patente sobre todo durante las dos últimas décadas de su vida. El autor utiliza un lenguaje cotidiano y sin adornos para crear composiciones que se colocan más cerca de los sentimientos que de la razón. Poeta del diario vivir, contempla con perplejidad y desde la más rigurosa terrenalidad el fenómeno del amor y el absurdo de la muerte.