domingo, 12 de noviembre de 2023

"HABLA EL GRAN LENGUA", Miguel Ángel Asturias


Ceñimos las diademas del fuego, 
las diademas del hombre, 
para defender nuestra heredad, 
el patrio elemento terrenal 
sin tráfago de dueños; 
tenemos las llaves del futuro 
donde comienza el tiempo 
y el cielo que atraviesa 
el caminante de las sandalias de oro. 

Vestimos nuestro plumaje, orlamos 
nuestros pechos de acolchado silencio 
con la flor heroica, candente, 
y empezamos a batallar en las montañas, 
en los campos, 
en la ordenación de los telares, 
de las palabras conjugadas con rocío, 
de las herramientas bañadas de sudor, 
de los candelarios de turquesa y jade, 
petrificados en las escalinatas de los vertederos 
de silencio lunar. 
Tuvimos la mañana en el pecho. 
Los ojos de las mujeres de senos en yunta 
vieron amanecer entre criaturas 
y amamantó a los hijos la leche tributaria 
del bien y la alegría. 
Tuvimos la mañana en las manos. 
Tuvimos la mañana en la frente. 
Y nadie avanzó allá de las pestañas del mar, 
espumosas, salobres, 
y nadie alteró el ritmo de su paso. 
Las cabezas movíanse en redor de los cuellos, 
al inclinarse para la reverencia, alzarse para andar 
erguidas o volverse de un lado a otro: ¿Cuántas cabezas? 

La selva las contaba. Cuantas cabezas firmes 
en los cuellos, en los hombros, el tórax, 
las piernas, las pantorrillas, los tobillos 
y el lenguaje de los dedos de los pies 
de la raza que sosegó caminos. 
Una gran asamblea. 
Agua nacida de las rocas, los ojos en las caras. 
Grandes o pequeñas gotas de agua, las pupilas, 
en las caras de piel lisa, fresca, 
pulida por el viento, húmedo lunar. 
Veían. Hablaban. Inexistentes y existentes. 
Su presencia era el hablar y el callar. 
Las manos en balanzas de antebrazos con brazaletes 
que pesaban el dicho del sabio, 
daban alas a la elocuencia del vidente 
y se abrían y cerraban, como hojas de adormidera 
en los antebrazos dolidos del extático, 
quietud que rompió el Gran Lengua, 
al que seguían las luciérnagas 
entre la luz y el sueño, las joyas, el colibrí, 
la pelambre graciosa de la mazorca de maíz verde, 
la cárcel de los tatuajes 
y las pieles de venadas que lo hacían distante.

(Miguel Ángel Asturias)

Pintura de Stevon Lucero