domingo, 12 de noviembre de 2023

"LA HOGUERA", Mayte Llera (Dalianegra)


La hoguera vibra,
se mueve,
danzan sus llamas y pavesas
al compás de una música 
compuesta por el azar.

La hoguera arde
ebria de oxígeno,
se emborracha con el aire
mientras la leña alimenta sus pies,
perdurando hasta la agonía de sus rescoldos.

Después
—como en la vida—, 
solo quedan cenizas y humo.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: "El gran incendio de Roma" (1785), Hubert Robert. Musee des Beaux-Arts Andre Malraux,  Le Havre, Francia

Música: Danza ritual del fuego (El Amor Brujo), de Manuel de Falla. Chicago Symphony Orchestra, dirigida por Daniel Barenboim


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"AUTOQUIROMANCIA", Miguel Ángel Asturias


Leo en la palma de mi mano, 
Patria, tu dulce geografía. 
Sube la línea de mi vida 
con trazo igual a tus volcanes 
y luego baja como línea 
de corazón hasta mis dedos. 
Mis manos son tu superficie, 
la estampa viva de tu tacto. 
Mapa con montes, montes, montes, 
los llamaré Cuchumatanes, 
como esas cumbres que el zafiro 
del Mar del Sur ve de turquesa. 
El Tacaná, dedo gigante, 
guarde la entrada del asombro 
donde el maíz se vuelve grano 
ya comestible para el hombre, 
cereal humano de tu carne. 
El monte claro de la luna 
es en tu mano lago abuelo 
con doce templos a la orilla. 
De allí partió tu pueblo niño 
—modela, pinta, esculpe, teje—
a la conquista de la aurora. 
Polvo de luz en la tiniebla, 
línea del sol en la canora 
carne del cuenco de mi mano, 
caracol hondo en que palpitan 
atlantes ríos acolchados 
y otros más rápidos, suicidas. 
Oigo pegando mis oídos 
al mapa vivo de tu suelo 
que llevo aquí, aquí en las manos, 
repicar todas tus campanas, 
parpadear todas tus estrellas. 
Al desposarme con mi tierra 
haced, amigos, mi sortija 
con la luciérnaga más sola. 

(Miguel Ángel Asturias)

Pintura: "Sangre valiente", Greg Overton

"HABLA EL GRAN LENGUA", Miguel Ángel Asturias


Ceñimos las diademas del fuego, 
las diademas del hombre, 
para defender nuestra heredad, 
el patrio elemento terrenal 
sin tráfago de dueños; 
tenemos las llaves del futuro 
donde comienza el tiempo 
y el cielo que atraviesa 
el caminante de las sandalias de oro. 

Vestimos nuestro plumaje, orlamos 
nuestros pechos de acolchado silencio 
con la flor heroica, candente, 
y empezamos a batallar en las montañas, 
en los campos, 
en la ordenación de los telares, 
de las palabras conjugadas con rocío, 
de las herramientas bañadas de sudor, 
de los candelarios de turquesa y jade, 
petrificados en las escalinatas de los vertederos 
de silencio lunar. 
Tuvimos la mañana en el pecho. 
Los ojos de las mujeres de senos en yunta 
vieron amanecer entre criaturas 
y amamantó a los hijos la leche tributaria 
del bien y la alegría. 
Tuvimos la mañana en las manos. 
Tuvimos la mañana en la frente. 
Y nadie avanzó allá de las pestañas del mar, 
espumosas, salobres, 
y nadie alteró el ritmo de su paso. 
Las cabezas movíanse en redor de los cuellos, 
al inclinarse para la reverencia, alzarse para andar 
erguidas o volverse de un lado a otro: ¿Cuántas cabezas? 

La selva las contaba. Cuantas cabezas firmes 
en los cuellos, en los hombros, el tórax, 
las piernas, las pantorrillas, los tobillos 
y el lenguaje de los dedos de los pies 
de la raza que sosegó caminos. 
Una gran asamblea. 
Agua nacida de las rocas, los ojos en las caras. 
Grandes o pequeñas gotas de agua, las pupilas, 
en las caras de piel lisa, fresca, 
pulida por el viento, húmedo lunar. 
Veían. Hablaban. Inexistentes y existentes. 
Su presencia era el hablar y el callar. 
Las manos en balanzas de antebrazos con brazaletes 
que pesaban el dicho del sabio, 
daban alas a la elocuencia del vidente 
y se abrían y cerraban, como hojas de adormidera 
en los antebrazos dolidos del extático, 
quietud que rompió el Gran Lengua, 
al que seguían las luciérnagas 
entre la luz y el sueño, las joyas, el colibrí, 
la pelambre graciosa de la mazorca de maíz verde, 
la cárcel de los tatuajes 
y las pieles de venadas que lo hacían distante.

(Miguel Ángel Asturias)

Pintura de Stevon Lucero