He de añorar, hasta la hora de mi muerte,
una manta en el suelo,
en soledad, bajo la falda de mi tienda,
soñando una mujer que, tendida a mi lado,
pinte una risa alegre entre sus labios
y admire, como las madres justas y burlonas,
la torpeza infantil de mis hazañas.
Y que luego me abrace y me divierta
como saben hacerlo las hembras descaradas.
Más allá de mi tienda, quiero sentir el pulso
de la montaña vieja que guarda mis espaldas
y notar en mi vientre el viento silbador
que levanta las faldas de mi tienda.
Y escuchar el quejido del búho
y la tos del chacal
los pasos tenebrosos de la noche
donde no somos nada o quizás somos todo.
Pues la noche es angustias,
recuerdo de tus muertos, dolor de tus fracasos.
Pero es ansia también de orgullos necesarios,
la altivez de tu casta y el trono del valor.
Anhelo ese instante íntimo del miedo,
en soledad,
cuando busco coraje donde sólo hay abismo,
donde me crezco hombre
mientras aúlla el viento bajo el cielo de piedra
y levanta las faldas de mi tienda.
Noches al fin y al cabo,
noches que nos dominan, las noches victoriosas,
noches que se detienen desde el final del tiempo,
noches que nunca engañan,
noches en duermevela en las que a nadie debes
y nadie, al mismo tiempo, a ti te deba nada.
Y gime el ”haboob”, lúbrico:
trae lamentos lascivos,
susurros sin palabras
que levantan las faldas pudorosas de mi tienda
y me dejan desnudo bajo la noche brava.
(Javier Reverte)
Pintura: "Beduinos del desierto", Eugene Alexis Girardet