Félix de Azúa (Barcelona, 1944), es un escritor español que inició su trayectoria como poeta, vinculado a la denominada generación de los novísimos. De amplia y sólida formación intelectual, Félix de Azúa cursó estudios de filosofía en Barcelona y de periodismo y ciencias políticas en Madrid. Profesor en las universidades de Oxford y de San Sebastián, enseñó posteriormente teoría de la estética en la Universidad de Barcelona. Sus artículos en la prensa, principalmente en La Vanguardia y El País, le granjearon el aprecio de crítica y público: en ellos, un Azúa cáustico, provocador y sincero fustiga con lucidez y sarcasmo las diversas lacras de la sociedad.
Como poeta, Félix de Azúa participó en el movimiento de ruptura y de renovación de la lírica castellana que se produjo en España a fines de los años sesenta. Formó parte del grupo de poetas que la intuición del crítico José María Castellet reunió en su célebre antología Nueve novísimos (1970), y que se caracterizaba por su rechazo de la estética de la generación precedente. La nueva corriente poética se distinguía por su esteticismo declarado y su sensibilidad hacia nuevos ámbitos, por una concepción más libre, lúdica y no ideológica de la poesía, manifestando un gusto elitista por autores o espacios extranjeros, por la metáfora y por las nuevas mitologías o modernas realidades cotidianas que han creado los medios de comunicación de masas. Su obra poética, al principio difícil y muy formalista, está compuesta por Cepo para nutria (1968), El velo en el rostro de Agamenón (1870), Edgar en Stephane (1971), Lengua de cal (1972), Pasar y siete canciones (1978) y Siete poemas de la farra (1983).
En su narrativa ha desarrollado un estilo muy depurado, preciso en cuanto a la descripción de escenarios, situaciones y personajes. Su novela Las lecciones de Jena (1972) afronta el tema del desdoblamiento interior y del conflicto entre reflexión y acción, teoría y destino, polaridad personificada por figuras del mundo original de la familia, desposeídas de culpabilidad. El verdadero protagonista de la novela es un lenguaje que juega eficazmente los tonos irónicos y que apenas distingue entre el narrador, el diálogo de los personajes y el monólogo interior del protagonista. Los personajes, los espacios y las escenas son simples referencias para el discurso que cubre el esquema estructural de la novela. En esta voluntad de renovación del estilo narrativo se percibe una sensibilidad especial hacia la cultura del romanticismo alemán, así como la influencia de la ruptura que produjeron las primeras novelas de Juan Benet en la narrativa española.
Las lecciones suspendidas (1978) y Última lección (1981) prolongan y profundizan con ironía y rigor intelectual la búsqueda estilística del autor. Sin embargo, con Mansura (1984), Félix de Azúa inició un cambio en su trayectoria. Con esta versión de la crónica medieval de Joinville, en la cual se relatan los acontecimientos de una imaginaria cruzada de catalanes en la Tierra Santa del siglo XIII, Félix de Azúa vuelve a una narrativa más tradicional. El texto, con un estilo más fluido que el de sus trabajos precedentes, propone cuestiones como el sentido de la originalidad y de la verosimilitud, del héroe y de la acción, de la guerra y del regreso. Mansura dio comienzo a lo que él mismo ha llamado "una serie de episodios nacionales involuntarios", pues cada título que ha ido dando a la imprenta, aun sin proponérselo de forma unitaria, constituye el relato pormenorizado de una ciudad y unos años muy concretos de la historia española.
A esa novela le siguió otra que, hasta la fecha, está considerada como su obra más rica y lograda: Historia de un idiota contada por él mismo o el contenido de la felicidad (1986), en la cual la "historia" no es otra que la radical negación de cualquier felicidad anhelada o prometida, en un mundo cruel y mezquino. La narración la hace en primera persona un personaje innominado, y a lo largo del texto no se sabe muy bien si hay que simular la felicidad o ir tras ella en una búsqueda inútil e "idiota": el protagonista adopta ambas actitudes al mismo tiempo. La novela es intencionadamente provocadora y a veces divertida; escrita, como dice su personaje, sin intención alguna o, al menos, no con la de componer un tratado ni de profundizar en ningún campo. El protagonista, en una continua búsqueda de la felicidad por todos los caminos, en su incursión en el mundo de la política y en el de la literatura, hace un buen retrato en pocas líneas de una época y de sus personajes más representativos. A la narración sigue un epílogo de Francesc Arroyo titulado "De cómo ser infeliz tras haber leído este libro", en el que intenta convencer al lector de que la novela no es autobiográfica, y de que los personajes y cierta empresa editorial son imaginarios, cosa que resulta creíble sólo a medias.
Poco después publicó Diario de un hombre humillado (1987), relato de la banal intimidad de un tipo insignificante con el que obtuvo el premio Herralde de novela. Le siguieron Cambio de bandera (1991) y Demasiadas preguntas (1994), esta última desarrollada en un Madrid tomado por "demócratas de toda la vida", es decir, por franquistas convenientemente reciclados. Completa el ciclo su novela Momentos decisivos (2000), narración coral que refleja la vida de cuatro generaciones en Cataluña.
Asesor editorial y crítico de la cultura y de la política cultural, otra faceta importante de su labor es la de ensayista, terreno en el que ha llegado a dar libros tan singulares como La paradoja del primitivo (1983, dedicado a la figura de Diderot) y Baudelaire y el artista de la vida moderna (1991), autores en los que halla los fundamentos del arte contemporáneo y de la estética moderna. Deben también destacarse las recopilaciones de artículos El aprendizaje de la decepción (1996) y Lecturas compulsivas (1998), esta última dedicada a sus autores favoritos.
Como poeta, Félix de Azúa participó en el movimiento de ruptura y de renovación de la lírica castellana que se produjo en España a fines de los años sesenta. Formó parte del grupo de poetas que la intuición del crítico José María Castellet reunió en su célebre antología Nueve novísimos (1970), y que se caracterizaba por su rechazo de la estética de la generación precedente. La nueva corriente poética se distinguía por su esteticismo declarado y su sensibilidad hacia nuevos ámbitos, por una concepción más libre, lúdica y no ideológica de la poesía, manifestando un gusto elitista por autores o espacios extranjeros, por la metáfora y por las nuevas mitologías o modernas realidades cotidianas que han creado los medios de comunicación de masas. Su obra poética, al principio difícil y muy formalista, está compuesta por Cepo para nutria (1968), El velo en el rostro de Agamenón (1870), Edgar en Stephane (1971), Lengua de cal (1972), Pasar y siete canciones (1978) y Siete poemas de la farra (1983).
En su narrativa ha desarrollado un estilo muy depurado, preciso en cuanto a la descripción de escenarios, situaciones y personajes. Su novela Las lecciones de Jena (1972) afronta el tema del desdoblamiento interior y del conflicto entre reflexión y acción, teoría y destino, polaridad personificada por figuras del mundo original de la familia, desposeídas de culpabilidad. El verdadero protagonista de la novela es un lenguaje que juega eficazmente los tonos irónicos y que apenas distingue entre el narrador, el diálogo de los personajes y el monólogo interior del protagonista. Los personajes, los espacios y las escenas son simples referencias para el discurso que cubre el esquema estructural de la novela. En esta voluntad de renovación del estilo narrativo se percibe una sensibilidad especial hacia la cultura del romanticismo alemán, así como la influencia de la ruptura que produjeron las primeras novelas de Juan Benet en la narrativa española.
Las lecciones suspendidas (1978) y Última lección (1981) prolongan y profundizan con ironía y rigor intelectual la búsqueda estilística del autor. Sin embargo, con Mansura (1984), Félix de Azúa inició un cambio en su trayectoria. Con esta versión de la crónica medieval de Joinville, en la cual se relatan los acontecimientos de una imaginaria cruzada de catalanes en la Tierra Santa del siglo XIII, Félix de Azúa vuelve a una narrativa más tradicional. El texto, con un estilo más fluido que el de sus trabajos precedentes, propone cuestiones como el sentido de la originalidad y de la verosimilitud, del héroe y de la acción, de la guerra y del regreso. Mansura dio comienzo a lo que él mismo ha llamado "una serie de episodios nacionales involuntarios", pues cada título que ha ido dando a la imprenta, aun sin proponérselo de forma unitaria, constituye el relato pormenorizado de una ciudad y unos años muy concretos de la historia española.
A esa novela le siguió otra que, hasta la fecha, está considerada como su obra más rica y lograda: Historia de un idiota contada por él mismo o el contenido de la felicidad (1986), en la cual la "historia" no es otra que la radical negación de cualquier felicidad anhelada o prometida, en un mundo cruel y mezquino. La narración la hace en primera persona un personaje innominado, y a lo largo del texto no se sabe muy bien si hay que simular la felicidad o ir tras ella en una búsqueda inútil e "idiota": el protagonista adopta ambas actitudes al mismo tiempo. La novela es intencionadamente provocadora y a veces divertida; escrita, como dice su personaje, sin intención alguna o, al menos, no con la de componer un tratado ni de profundizar en ningún campo. El protagonista, en una continua búsqueda de la felicidad por todos los caminos, en su incursión en el mundo de la política y en el de la literatura, hace un buen retrato en pocas líneas de una época y de sus personajes más representativos. A la narración sigue un epílogo de Francesc Arroyo titulado "De cómo ser infeliz tras haber leído este libro", en el que intenta convencer al lector de que la novela no es autobiográfica, y de que los personajes y cierta empresa editorial son imaginarios, cosa que resulta creíble sólo a medias.
Poco después publicó Diario de un hombre humillado (1987), relato de la banal intimidad de un tipo insignificante con el que obtuvo el premio Herralde de novela. Le siguieron Cambio de bandera (1991) y Demasiadas preguntas (1994), esta última desarrollada en un Madrid tomado por "demócratas de toda la vida", es decir, por franquistas convenientemente reciclados. Completa el ciclo su novela Momentos decisivos (2000), narración coral que refleja la vida de cuatro generaciones en Cataluña.
Asesor editorial y crítico de la cultura y de la política cultural, otra faceta importante de su labor es la de ensayista, terreno en el que ha llegado a dar libros tan singulares como La paradoja del primitivo (1983, dedicado a la figura de Diderot) y Baudelaire y el artista de la vida moderna (1991), autores en los que halla los fundamentos del arte contemporáneo y de la estética moderna. Deben también destacarse las recopilaciones de artículos El aprendizaje de la decepción (1996) y Lecturas compulsivas (1998), esta última dedicada a sus autores favoritos.
(Biografía obtenida de la web http://www.biografiasyvidas.com)