Moriremos de pie
—como árboles que nadie osa talar,
como reliquias—,
con el pecho florido a borbotones.
Moriremos despacio
—como los mártires
de las causas perdidas—
y seremos los héroes antiguos
de las antiguas guerras.
Moriremos por siempre
—y para siempre—,
la Nada acogerá los huesos viejos,
osamentas inútiles
ya usadas por la vida
y por ella después ya desechadas.
Moriremos honrados
con nuestra muerte,
porque para los rectos será orgullo,
para los indigentes, su legado,
pan para los hambrientos
de libertad.
Moriremos de pie
y combatiendo,
de pie, como vivimos hasta ahora,
de pie, que las rodillas
delante del poder nunca se hincaron.
Moriremos de pie, como los árboles
que con celeridad galopan frente
a quienes viajan —cómodos—
sentados en un tren.
Como esos árboles,
los años corren rápido,
veloces al encuentro con la muerte.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “El caballo de Zapata” (detalle de uno de los frescos del Palacio de Cortés, Cuernavaca, México), 1930, Diego Rivera
—como árboles que nadie osa talar,
como reliquias—,
con el pecho florido a borbotones.
Moriremos despacio
—como los mártires
de las causas perdidas—
y seremos los héroes antiguos
de las antiguas guerras.
Moriremos por siempre
—y para siempre—,
la Nada acogerá los huesos viejos,
osamentas inútiles
ya usadas por la vida
y por ella después ya desechadas.
Moriremos honrados
con nuestra muerte,
porque para los rectos será orgullo,
para los indigentes, su legado,
pan para los hambrientos
de libertad.
Moriremos de pie
y combatiendo,
de pie, como vivimos hasta ahora,
de pie, que las rodillas
delante del poder nunca se hincaron.
Moriremos de pie, como los árboles
que con celeridad galopan frente
a quienes viajan —cómodos—
sentados en un tren.
Como esos árboles,
los años corren rápido,
veloces al encuentro con la muerte.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “El caballo de Zapata” (detalle de uno de los frescos del Palacio de Cortés, Cuernavaca, México), 1930, Diego Rivera