lunes, 31 de agosto de 2015

"KERKOUANE (TANIT)", Mayte Dalianegra


La brisa salina
perfumaba las alas de una tarde
de velaje azul, como un zafiro,
con la pleamar rizando el oleaje.

Tanit parecía
trazada por una mano pueril,
esbozada con teselas de caracola
engastadas en un atrio milenario.
Su cuerpo triangular
soportó el tránsito de muchas vidas
que después
formaron parte de las nubes.

No puedo
estimar cuánto hace de aquello,
pues la mente es una alondra
revoloteando alocada
al imaginar la densidad de los siglos,
solo sé que ante mí
el mar era un cielo líquido,
y el misterio de Kerkouane,
teñido con la púrpura de sus múrices,
era un corazón latiendo
con el diapasón de las olas.

(Mayte Llera, Dalianegra)

Pintura: "Dido construye Cartago" (1815), Joseph Mallord William Turner, National Gallery, Londres

Nota: Kerkouane, situado al noreste de Túnez, es un yacimiento arqueológico púnico, Patrimonio de la Humanidad, que se ha preservado sin modificaciones de épocas posteriores, y que conserva los enigmáticos baños que poseía cada vivienda, teñidos con la tintura púrpura obtenida del múrice, un molusco cuya extracción constituía la principal industria de la ciudad.


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"GEL", Aurora Luque

Preparo la toalla. Me descalzo. Esa esponja 
porosa y amarilla que compré en un mercado 
obsceno de turistas en la isla de Hydra
qué dócil bajo el agua cotidiana
tantos meses después, en el exilio.
De pronto el gel recuerda –su claridad lechosa, 
su consistencia exacta– el esperma del mito,
el cuerpo primitivo y trastornado de Urano,
un susurro de olas mar adentro
y una diosa que aparta
los restos de otra espuma de sus hombros.
Me punza una emoción tan anacrónica,
un penoso latir, hondo y absurdo,
por ese mar. Por ese sólo mar. Busco una dosis 
de mares sucedáneos.
Cómo podría desintoxicarme.
Dependo de por vida
de una droga. De Grecia.

(Aurora Luque)

Pintura: "Horas de ocio", John William Godward

Mis poetas favoritos: AURORA LUQUE

Aurora Luque es una poeta, ensayista, narradora, traductora y articulista española que nació en Almería en 1962. 

Pasó su infancia en la Alpujarra granadina y en Granada cursó bachillerato y se licenció en Filología Clásica. Actualmente es profesora de griego en Málaga y escribe artículos para el Diario Sur, también de Málaga. Asimismo, dirige la colección de poesía "Cuadernos de Trinacria" y codirige la colección "Maremoto" junto con Jesús Aguado. 

Sus libros de poemas son "Hiperiónida" (Premio Federico García Lorca de la Universidad de Granada en 1982), "Problemas de doblaje" (accésit del Adonáis en 1990), "Carpe noctem" (Premio Rey Juan Carlos en 1994),"Carpe mare" (1994), "Transitoria" (finalista del Premio Rafael Alberti y Premio Andalucía de la Crítica en 1998), "Las dudas de Eros" (2000), "Portuaria" (Antología 1982-2002), "Camaradas de Ícaro" (Premio Fray Luis de León en 2003), "La siesta de Epicuro" (2003), "Carpe verbum" (Antología temática, 2004) Y "Carpe amorem" (2007).

Su poesía se recoge en diversas ediciones publicadas entre los años 1982 y 2008, y ha sido traducida a varios idiomas.

domingo, 16 de agosto de 2015

"VERMEER", Mayte Dalianegra


Parecía una escena pintada por Vermeer:
desde la ventana, una luz perlada
cruzaba la estancia en diagonal,
y todo cuanto en ella había
gozaba de su fluorescencia.
La mesa, las sillas, los jarrones chinos,
las alfombras persas,
todo brillaba con el esplendor
de un colorido nuevo.

Las pupilas se acostumbraban
al sosiego diurno
y el corazón latía más despacio,
con una mesura
para la que no había sido aún domesticado.

Ya había olvidado morir en tus labios 
con la cadera ceñida de soles 
y fragmentarme cada noche
como una estrella de vidrio.

(Mayte Dalianegra)

Pintura: “Joven con jarra de servir agua” (1665), Jan Vermeer. Metropolitan Museum of Art, New York

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"AGUA", Robert Lowell

Era un pueblo langostero de Maine—
cada mañana botes llenos de manos
partían hacia las canteras de granito 
en las islas,

y dejaban atrás docenas de tristes
casas blancas de madera adheridas
como conchas de ostra
a una colina de roca,

y debajo de nosotros, el mar lamía
los pequeños laberintos
de palos de cerilla de una esclusa,
donde se atrapaban los peces para cebo.

¿Recuerdas? nos sentábamos en una laja de roca.
Desde esta distancia en el tiempo,
parece del color
de los lirios iris, pudriéndose y volviéndose más púrpura,

pero no era más que la habitual roca gris
que se volvía del habitual color verde
cuando el mar la empapaba.

El mar empapaba la roca
a nuestros pies todo el día
y continuaba arrancándole
trozo tras trozo.

Una noche tú soñaste
que eras una sirena aferrada a un pilón de un muelle,
y que intentabas arrancar
los percebes con las manos,

Deseábamos que nuestras dos almas
pudieran retornar como gaviotas
A la roca. Al final,
el agua resultó demasiado fría para nosotros.

(Robert Lowell)

Pintura: "Early evening paddle", Kenneth M. kirsch

"AFEITÁNDOME", Robert Lowell

Al afeitarme veo, en su toda su extensión,
sólo por esta vez, mi cara en el espejo.
La miro de reojo como si se tratase
de un problema de carpintería...
Aunque la encuentro un poco más delgada,
es la cara de siempre,
con ojos acechantes al ritmo de mi mano..

Nunca tienen los días las suficientes horas...
Según estoy tumbado, confinado, anhelante,
monomaniaco,
celoso incluso de la intrusión más mínima
(me resulta imposible rechazar
la diminuta espina de algún cardo).
Incapaz de imitar la manera espontánea
con que exigen los niños sus respuestas.

Tan inflamable es para mí una piedra
como una cerilla de cartón.

La marea doméstica ha cesado;
y, tú también, inclinas la cabeza
sobre lo que has escrito
y corriges, a veces disgustado,
con cara inexpresiva, como los girasoles.

Tenemos suerte
de haber podido juntos realizar tantas cosas.

(Robert Lowell)

Pintura: "Joven lavándose los dientes", Ignacio Mayayo

"EN EL DORMITORIO DE MI PADRE", Robert Lowell

En el dormitorio de mi padre:
la fibra azul es delgada
como la escritura de un lapicero
en el cubrecama;
azules descoloridos en las cortinas,
un kimono azul,
sandalias chinas con correas azules de felpa.
La tabla ancha del suelo
tiene un lijado pulcro.
La claridad de la lámpara de vidrio
con una pequeña y blanca tulipa que fuera levantada algunas
pulgadas para que descansen en el volumen
dos los oídos de Lafcadio.
Reflejo de un Japón no familiar.
Como el escondite de los rinocerontes,
sus olivos combados cubren
lo que fue castigado.
En el marcador del libro:
"De Mamá para Robbie".
Años mas tarde en el mismo lugar:
"Este libro ha tenido un duro trato,
en el río Yangtsé, China.
En la tormenta fue dejado bajo
una tronera abierta".

(Robert Lowell)

Pintura: "Autorretrato en la habitación de la Villa Medici", Leon Cogniet (1794-1880)