Soy lo que soy,
nunca podría haber sido otra.
El pez nunca será gato
ni el gato, pez;
la puerta nunca será ventana
ni la ventana, puerta,
por más que sus marcos se parezcan.
No habrá brillos estelares
fulgurando tras el canto del cisne
ni hubo pétalos de margarita
entre mis ancestros;
tampoco nadie
ensalivará un sello
y lo adherirá a un sobre
que me contenga
tras mi muerte,
para que el tiempo oficie de cartero
con el abrazo concéntrico
de su viento, pues no hay destinatario
escrito y esa carta
nunca encontrará otro cuerpo.
Los granos de materia se conmueven,
en su plano arrugado y finito,
buscando el picaporte
que abra una pestaña de luz,
huyendo, aterrados, del misterio
oscuro,
ajenos, sin duda,
a su faz serena e inalterable,
a su faz sin antes y sin después.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "El lamento de la hija de Jefté" (1871), George Elgar Hicks