Mira el mundo sin flor. Este haz de rocas
sólo sombra da al oro que declina.
Muerto parece el mar. Aquí culmina
el mineral silencio de dos bocas.
Soledad, piedra, amor. La arena yerta
desolada pasión siente en su seno.
No hiere su piel muda este sereno
amor, esta extinguida luz desierta.
Mira esa roca, oh prisma de ternura.
Pon tu mano en sus filos dulcemente.
¿No sientes en tu palma la silente
vida que allí se esconde, ahogada, oscura?
Y el duro corazón que en ella late,
nuestro crispado amor va serenando
de un pálpito inmortal, y va arrancando
luces y sueños de tu seno mate.
Roca es también tu cuerpo, roca o muerte
tu pálida belleza y tu mirada,
tu frente, luna ya petrificada
por este sideral silencio inerte.
No mires hacia el mar. En esta arena
clava ya tus dos labios diamantinos.
Incendia con tu lengua estos caminos
de calcáreo pesar y extinta vena.
Muerto está el mundo si tus labios miro.
La tierra vuelta ya a un perenne ocaso.
Sólo vuelvo a vivir cuando repaso
tus brazos, pleamar en donde expiro.
Este nocturno viento, esta bandera
de soledad, ondeando por la orilla,
cómo asola implacable tu mejilla,
rígida ya en su hálito de cera.
Muere a solas la tarde, y una broza
tierna muerdes, de amor languideciendo.
Todo tu peso núbil voy cediendo
a esa arena mortal que el labio roza.
Pero duro, bramante, el mar ya invoca
nuestro amor, nuestras bocas rutilantes.
Reclama esta inmortal gloria de amantes,
pétreo fuego de amor que un astro evoca.
Clama ya su pasión. ¿No oyes su pecho
resonar por la inmensa, abierta herida?
Alza pujante que alza una ofrecida,
cálida espuma en jadeante lecho.
En ti grabo mis labios y en ti hundo
mi soledad, mis pulsos invocantes.
Átate a mí, seremos dos amantes
en busca del olvido en lo profundo.
Ciégate en mi clamor. Tras esa bruma,
¿no ves el halo de otro paraíso?
Este viento vibrátil que ya piso,
aéreamente nos alza y a él nos suma.
Tromba de amor me arrastra y me desata
de tus brazos, me arranca de tu frente,
ya precipita al mar el débil puente
de mi pecho y tu muerte me arrebata.
Lejano va tu cuerpo entre la espuma,
tus miembros ya rendidos a otro amante,
y te va blanqueando a cada errante
ola, la blanda sal que el mar rezuma.
Mientras yo voy profundo, hacia ignoradas
regiones de un amor más poderoso,
y un gran mar de metal, ligero, hermoso,
me tiende sus espumas invioladas.
Qué lejos está el mundo. Ya la arena
olvidó mi inquietud bajo otro viento.
¿He nacido otra vez? Ya sólo siento
un cuerpo hermoso, azul, que me encadena.
Y un oscuro clamor. De nuevo a solas,
late mi corazón en lo profundo
de este mar que me asume, y en él hundo
una sangre de amor bajo las olas.
José Luis Cano.
"El rapto de las sabinas", (1799), Jacques-Louis David, Museo del Louvre, París.