bajando una escalera,
disloca el espacio
en rosarios de espirales.
Músculos, tendones y osamenta
de maniquí desarticulado
peldaño a peldaño.
Un desnudo desciende
al sórdido infierno
del lupanar barato
de pasamanos rematados
con pomos de oropel
y tenue luz de gas.
Una autómata del sexo
muestra la impudicia
de sus huellas
en un descenso
que deja tras de sí
la sucesión de sus sombras.
Es un evanescente
embrión de robot
revelando,
en su mayestático perfil,
un ensamblaje
de vástagos y resortes.
Ninguna es
de las dóciles y delicadas
bailarinas que Degas pintara
remontando escalones,
ninguna tampoco de las gráciles
muchachas retratadas
en la áurea escalinata
de Eduard Burne-Jones.
La inmovilidad del movimiento
de ese cuerpo desnudo
- apenas más carnal
que el cartón o la madera -,
es el repunte de una hélice
estroboscópica,
una captura de materia y energía
descendiendo una escalera
y legándonos la efigie de su misterio.
Mayte Dalianegra.
Pintura: “Desnudo bajando una escalera” (1912), Marcel Duchamp. Museo de Arte de Filadelfia, Estados Unidos.