lunes, 24 de marzo de 2014

"ESCILA", Mayte Dalianegra


Escila me mira
desde el calado de sus ojos enormes,
enormes en cuanto a tamaño,
enormes en cuanto a hermosura,
unos ojos en sepia
—telúricos y arcaicos—
inmovilizados en un segundo
de una ya lejana juventud.

Ellos revelan su innegable
inteligencia,
también su talento,
también su envanecimiento infinito,
infinito como ese ego que esgrime
a modo de lanza,
lanza que ensarta, iracunda,
en el costado de su adversario,
a poco que se le acerque.

Escila antes era el yin y el yang,
más yang que yin
—aunque la oscuridad le colme las pupilas—,
porque la testosterona le invade
los ovarios, y eso le nubla la visión.

Ahora ha mudado su faz
de la misma forma
con la que otros se cambian
de camisa —camisa que ella no muta
por escamas de metal nuevo—.

Sigue siendo la misma,
siempre seguirá siendo la misma,
he ahí el problema.

Gana amigos tan rápido como los pierde,
no le aguantan dentro los humores
ni las mareas. Parece que la luna
constantemente juegue con ella.

Escila no cae bien,
simplemente la soportan,
la soportan o la temen,
una de dos
—más bien lo segundo—,
ella lo ignora, se cree irresistible,
adorable,
y así se endiosa,
y así fanfarronea
de una sapiencia adquirida
a base de tropezones.

Cree también que todos
cuantos la rodean se adherirán
a sus causas,
por disparatadas que éstas sean.

Serán soldados al servicio
de una Juana de Arco
de mentón hendido, con aspiraciones
de reina
y nombre de hada artúrica.

Hace un tiempo,
Escila me victimizó,
aún luzco las huellas de sus colmillos
tatuadas sobre mi dignidad,
aún me duele,
aún siento resquemor en las heridas.

No obstante,
sospecho que algo espantoso
—algo absolutamente aterrador—
hubo de acontecerle en el pasado,
algo que provocara
que esos ojos de nereida
se naturalizasen en la cruel mirada de Escila.

Aunque reste noche
para el albor de una absolución,
una piedad recién nacida llora.

Mayte Dalianegra

Pintura: "Los ojos lo tienen", Rolf Armstrong
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