El ego es un obelisco
monolítico elevando
la plegaria del yo
hasta aguijonear los cuerpos celestes,
un zigurat
en cuyo culmen
arden las preces por el ser
amado: aquél cuya imagen
nos devuelve el espejo.
El ego se nutre de halagos,
engorda cual pompa de jabón
dispuesta a dejarse arrastrar
por el viento de la lisonja,
y puede explosionar de tanto y tanto exceso,
así como estalla
el sapo hinchado de humo.
El ego nos invade,
se adueña de nosotros,
nos provoca cloqueo de gallina ahuecada.
El ego nos controla,
nos lleva de la mano,
asidos a sus dedos somos las marionetas
de nuestro propio afecto.
Qué cosa es el ego, y cuánto nos atañe…
Nos jactamos de tanto… son tantas
vanaglorias las que al cabo del día
cargamos en los lomos
de cuantos nos abordan…
Mas la verdadera magnificencia,
no la hallamos en el abanico soberbio
que luce el pavo real con cromático
destello, sino en la transparencia límpida,
despoblada de vanidades,
de la humildad.
Mayte Dalianegra.
Pintura: "Los dos pavos reales", Jean-Jorges Vuiberre.
monolítico elevando
la plegaria del yo
hasta aguijonear los cuerpos celestes,
un zigurat
en cuyo culmen
arden las preces por el ser
amado: aquél cuya imagen
nos devuelve el espejo.
El ego se nutre de halagos,
engorda cual pompa de jabón
dispuesta a dejarse arrastrar
por el viento de la lisonja,
y puede explosionar de tanto y tanto exceso,
así como estalla
el sapo hinchado de humo.
El ego nos invade,
se adueña de nosotros,
nos provoca cloqueo de gallina ahuecada.
El ego nos controla,
nos lleva de la mano,
asidos a sus dedos somos las marionetas
de nuestro propio afecto.
Qué cosa es el ego, y cuánto nos atañe…
Nos jactamos de tanto… son tantas
vanaglorias las que al cabo del día
cargamos en los lomos
de cuantos nos abordan…
Mas la verdadera magnificencia,
no la hallamos en el abanico soberbio
que luce el pavo real con cromático
destello, sino en la transparencia límpida,
despoblada de vanidades,
de la humildad.
Mayte Dalianegra.
Pintura: "Los dos pavos reales", Jean-Jorges Vuiberre.