A alguien que creía que los amigos de siempre
son sustituibles por los recientes
son sustituibles por los recientes
En abril
la lluvia anegará prados y caminos
con un cieno tan dúctil como terco;
caminarás saltando los charcos,
remembrando andanzas infantiles,
con los pies empapados en esas aguas
que al final de la senda besarán tu frente.
El camino será arduo,
mas no silente, una brisa tibia
te hablará
del concubinato entre el infierno y el cielo,
de los brotes que surgen
cuando Proserpina retorna al amparo
materno, y la tierra abandona su condición
de erial baldío
para consagrar su virginidad a la primavera.
En abril
contemplarán sus rostros sobre el espejo lacustre
las corolas solares de los narcisos,
saciando, con fauces vegetales,
la sed hacinada
durante el cautiverio del invierno.
Caminarás entonces atento al trino
de minúsculas aves
y al rápido discurrir de las horas
bajo las huellas que imprimen tus pies
sobre el fango fresco.
Verás las nubes quebrando la monotonía celeste
con su presencia algodonosa y húmeda,
verás también los semblantes de otros caminantes;
algunos, quizá, te confíen sus secretos,
a algunos, quizá, supuestamente tomarás por amigos,
y entonces asirás sus manos con viveza,
y entonces serás su consejero, su camarada afecto.
Mas cuando los hados bifurquen veredas,
ya no verás sus ojos,
ni escucharás el verbo que fluya de sus labios,
y apretarás el paso hasta llegar a puerto.
Alcanzada la meta,
tus puños sólo retendrán jirones de recuerdos.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Proserpine” (1882), Dante Gabriel Rossetti