Hoy ha florecido en mi ventana un narciso
de corola de oro
y tallo de esmeralda.
Se mira los pies
no por tímida modestia,
sino en su ansia exacerbada por hallar
su reflejo en el espejo
del agua. Mas no encuentra lago
ni estanque
donde confluyan las líneas
de su corona dorada.
Su corva postura es amargura,
llanto perpetuo
ante la ausencia de reverbero. Nada importa,
él inventará su propio universo,
donde será actor de su particular ficción,
franqueando la delicada frontera
que media entre la razón y el instinto primario.
Así yacerá en un campo tan bucólico
como imaginado, inundado por la terneza
de una temprana primavera, aun cuando
el invierno le haya cuajado las venas de hielo;
así modulará su voz con eco vegetal,
en un acto tan afectado como artificioso.
Hoy, en las postrimerías del frío inclemente,
ha florecido en mi ventana
un narciso coronado de rubio esplendor.
Su amor es un bumerán.
de corola de oro
y tallo de esmeralda.
Se mira los pies
no por tímida modestia,
sino en su ansia exacerbada por hallar
su reflejo en el espejo
del agua. Mas no encuentra lago
ni estanque
donde confluyan las líneas
de su corona dorada.
Su corva postura es amargura,
llanto perpetuo
ante la ausencia de reverbero. Nada importa,
él inventará su propio universo,
donde será actor de su particular ficción,
franqueando la delicada frontera
que media entre la razón y el instinto primario.
Así yacerá en un campo tan bucólico
como imaginado, inundado por la terneza
de una temprana primavera, aun cuando
el invierno le haya cuajado las venas de hielo;
así modulará su voz con eco vegetal,
en un acto tan afectado como artificioso.
Hoy, en las postrimerías del frío inclemente,
ha florecido en mi ventana
un narciso coronado de rubio esplendor.
Su amor es un bumerán.
Mayte Dalianegra.
Pintura: "Narcissus" (1876), Helen Thornycroft.