Habita un diablo en mí,
sediento de mi sangre,
corroe mis entrañas
y por mi boca sale
regurgitando bilis.
En esa amarga hiel
se acurruca mi canto,
se mece en la inmanencia
del cielo y del infierno.
Habita en mí el desorden
- caos del desengaño -,
moran en mi cabeza
las voces de los golpes,
el eco persistente
de angustias y quebrantos.
Nacen de mi aflicción
la lágrima y el duelo,
los tupidos crespones
que mi ánimo conturban.
sediento de mi sangre,
corroe mis entrañas
y por mi boca sale
regurgitando bilis.
En esa amarga hiel
se acurruca mi canto,
se mece en la inmanencia
del cielo y del infierno.
Habita en mí el desorden
- caos del desengaño -,
moran en mi cabeza
las voces de los golpes,
el eco persistente
de angustias y quebrantos.
Nacen de mi aflicción
la lágrima y el duelo,
los tupidos crespones
que mi ánimo conturban.
Vienen mis males sordos,
ahogados en llanto,
galopando en la noche
sobre espectral caballo.
Traen con ellos quejas,
aullidos y lamentos,
la constante zozobra
en agónicos piélagos.
Habita un diablo en mí,
me posee y me destruye,
cuando siento que tú,
abjuras de mi abrazo.
Mayte Dalianegra.
Pintura: “El destino realizado” (1885), Edward Burne-Jones.