La tabla de la mesa de caoba que rompiste
Había sido el ancho tablón superior
Del armario legado por mi madre:
Surcado por las cicatrices de mi vida entera.
Se venció bajo el martillo.
Aquel día blandiste un alto banco
Enloquecida por mi retraso
De veinte minutos para cuidar a los niños.
“¡Espléndido! —grité—. Adelante,
Rómpela en mil pedazos.
¡Eso es lo que estás omitiendo en tus poemas!”
Y después, obsequioso y más tranquilo:
“Dale ese ímpetu a tus versos
Y lo habremos logrado.” En la honda caverna de tu oído
El duende tronó los dedos.
¿Qué le había dado yo?
El sangriento extremo de la madeja
Que deshilachó tu matrimonio
Dejó a tus hijos resonando
Como túneles en un laberinto,
Llevó a tu madre a un callejón sin salida
Y te condujo a la tumba
Cornuda y rugiente de tu padre resucitado
Con tu propio cadáver dentro.
Había sido el ancho tablón superior
Del armario legado por mi madre:
Surcado por las cicatrices de mi vida entera.
Se venció bajo el martillo.
Aquel día blandiste un alto banco
Enloquecida por mi retraso
De veinte minutos para cuidar a los niños.
“¡Espléndido! —grité—. Adelante,
Rómpela en mil pedazos.
¡Eso es lo que estás omitiendo en tus poemas!”
Y después, obsequioso y más tranquilo:
“Dale ese ímpetu a tus versos
Y lo habremos logrado.” En la honda caverna de tu oído
El duende tronó los dedos.
¿Qué le había dado yo?
El sangriento extremo de la madeja
Que deshilachó tu matrimonio
Dejó a tus hijos resonando
Como túneles en un laberinto,
Llevó a tu madre a un callejón sin salida
Y te condujo a la tumba
Cornuda y rugiente de tu padre resucitado
Con tu propio cadáver dentro.
Ted Hughes.
Pintura: "Ariadna y el Laberinto", Jake Baddeley.