Llevaba escamas de sierpe entre los dientes,
y los pezones bruñidos por tantas manos
como luciérnagas le avivaban la mirada
al encenderse las candilejas del proscenio.
Poseía ojos de marisma en calma
enturbiados por un huracán de khol,
y los labios eran pétalos encarnados
desprendiéndose ante el paso convulso de su voz.
Vibraba esa voz de humo en notas graves
sostenidas en el desfiladero de su laringe,
quebrándose en fragor de catarata.
A horcajadas sobre una silla de cabaret,
así respiraba aquel ángel azul
la noche oscura,
engendrando pasiones de hiel y cieno,
alumbrando el despertar de una aurora marchita
en la república de las quimeras,
en el Berlín de los manumisos.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "Cabaret", Raymond Leech