Él, maquinista de un viejo tren
alimentado por lumbre,
maniobra entre raíles
las trabas de un futuro
labrado con desmanes.
No tiemblan ya sus manos
cuando enarbola en ellas
la enseña del engaño,
ni los labios tremolan
con el fluir viscoso de falacias y ardides.
Ella, anónima pasajera
del vagón de cola,
un último vagón
carente de destino y nombre,
se monta y apea sin voluntad propia,
acaso el albedrío apropiado
por voluntad ajena.
Acelerados, corren los chopos
en carrera veloz,
y los abedules, robles y hayas,
todos, salvo aquellos álamos, que aguantan,
impertérritos, hasta que el tren pasa.
Y llegan los túneles,
los de madrugadas feroces
tintadas de ansias,
oscuros boquetes apostados
en la encrucijada.
Laxo aún espera el cambio de vías
en una alborada que apremia los tiempos,
hostiga los ritmos y oxida anaqueles,
y llegan los trueques,
de espacios y edades,
y sus dos caminos se ven separados
por una distancia,
obstáculo insalvable de ángulo obtuso.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Tren en la nieve, la locomotora” (1875), Claude Monet. Musée Marmottan, París