Todos y cada uno de mis días
quisiera abrazarte como abraza la hiedra a una ceiba sagrada,
y beber de tu savia el tiempo antiguo
donde el hombre y la quimera se fundieron.
Todos y cada uno de mis días
quisiera despertar al nacimiento de la noche,
y ante el fragor de un mar rompiendo en el abismo,
pronunciar tu nombre con un eco infinito.
Todos y cada uno de mis días
quisiera ser fiel al claro pigmento de tus iris,
y ampararme en el ardor de tu boca,
y en el cuero de tus palmas encontrarme.
Todos y cada uno de mis días
quisiera ser tuya; de tu pecho, su sierva,
y de tu orgullo, su dueña.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Vague et la perle” (“La ola y la perla”), 1862, Paul Jacques Aimé Baudry. Museo del Prado, Madrid