Ungiste mis párpados
con la untura oleosa que el sol emplea
para acariciar la sombra
cuando, como un pájaro de oro,
eleva su vuelo
sobre el dosel de la madrugada.
Obraste así tras el declive
de una noche desguarnecida
de estrellas y de luna,
de faroles y de bombillas,
aliviando mi ceguera
con tu luz de crisantemo.
Y ahí,
en tus palmas imbricadas de clemencia,
sangró el estigma que redimió mi condena,
que cercenó los eslabones
y suturó las heridas,
para que ninguna corriente
me remolcase a través de ellas,
para que ninguna alimaña las vulnerase
y nuevamente le sirviese de alimento.
Y ahora
que la vida me transita en espirales,
que me impulsa a girar como un derviche,
retoña en mí la madera del manglar
con su piel salada y húmeda.
Y ahora
que tú y yo
nos recorremos
por caminos dibujados
con saliva,
que tú y yo
encendemos teas
con jirones desgarrados en los labios,
que rodamos por laderas de volcanes
con los besos labrados en la carne,
que azotamos furiosos los abismos
con espuma de mareas fragorosas,
ahora que tú y yo
nos reencontramos,
somos tú y yo,
solos tú y yo en el horizonte.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: ""Paolo y Francesca de Rimini", Gustave Doré