jueves, 30 de septiembre de 2010

"MIS POETAS FAVORITOS", Juan Carlos Lamadrid.

Juan Carlos Lamadrid fue poeta y letrista de tangos, (30 de octubre de 1910 - 16 de agosto de 1985). Cuando un hombre nos dice que fue «todo lo malo que podemos imaginar», nos desarma y nos desubica; o, por el contrario, nos ubica demasiado porque pone importantes facetas de su personalidad al alcance de nuestra mano, de nuestra imaginación o de nuestra suspicacia.

Primera cualidad de La Madrid: una franqueza detonante, poco común, que golpea las verdades con sus puños entre trago y trago. Segunda: se mostró y se muestra siempre como auténticamente apasionado en todo lo que emprende («Oh, pasión, callejuela del alma»).

Este «devorador del hampa» fue un poeta de «versos varones» que llevaba dentro de sí la locura de una multitud, que fue fascinante, bravo y tumultuoso como el mar que tanto admiró en el Sur, que vio con su «ojo cámara» tantas noches y tantas madrugadas, que frecuentó boliches y garitos y que fue amigo de «obreros, giles y chorros", de hombres de tango y poetas de la calle con quienes compartió el estaño y la aventura de vivir.

Nació en el barrio de Flores («barrio de magnolias y astros»), el mismo día en que nació Miguel Hernández, acaso el más grande poeta de este siglo, según su juicio.

«Después —me cuenta— fueron años y años de guerrear de frente y sin aliviada; rata de ring, trabajé entrenando profesionales por tres pesos el round, cantor y bailarín de tangos, actor de Shakespeare, periodista, profesor de literatura, vendedor de libros y especialidades mecánicas, empresario, programero de radio y TV en el más alto nivel».

Fue un hombre que no se sentía nunca solo mientras lo acompañaran «meseros, pungas y guapos» con quienes alcanzó el perfecto diálogo en su ronco chamuyo.
Juan Carlos La Madrid
La Madrid, dibujo de Luis Alposta

Nada es artificial ni fabricado en este habitante de la vida. Su “Rosa Buenos Aires” alcanza en su obra un “papel protagónico” y poemas como “El mercado” tienen verdadero valor antológico: por su verismo, por su autenticidad, su intención testimonial.

No sin fundamento escribió este hombre grandote y vital:

«Soy un confín,
una violencia,
un espasmo de fuego
en medio de la música llovida.»

Sin duda, el calor de su sangre y la impetuosidad de pensamiento corrieron por sus versos llenos de variadas tonalidades. Hace años pedía ya: «Dadme el lejano azul», «yo reclamo el color...» Tal vez por eso pensó en “amasijarse” cuando comenzó su ceguera hace diez años. Pero yo, que solía compartir el vino amigo con este viejo Lama, en su maleva corte de los milagros, asegurré, en aquel entonces, que aún tenía cuerda para rato; tanto es así que pronto conocimos otro libro suyo: “Los visitantes de la nada”.

Este “misterioso Apolo” que también cantó a la patria y a los vientos y soledades del Sur, tuvo una “formación literaria de vanguardia” (enrolado en el invencionismo), pero se encauza definitivamente en el porteñismo y al respecto aclara: «Escribo utilizando la jerga lunfarda porque es un idioma de pueblo que integra el buen decir de mi cuidad y por lo mismo me integra, tal como mis amores, mis odios, mis poemas, mi pasado, mi presente y mi futuro».

En la Academia Porteña del Lunfardo ocupó el sillón que está puesto bajo la advocación de Carlos Gardel, y es oportuno señalar que como autor de tangos ha escrito letras como "Fugitiva”, considerada «un verdadero hito en el historia de las letras tangueras».

Y así lo veo a La Madrid, un hombre que va corriendo “hacia la muerte por la vida”, pero sin dejar de ser optimista y de vivir “a razón de 25 horas por día”.

De su obra poética, se destacan: en 1958, “Hombre sumado”. Primer Premio de la Municipalidad de Buenos Aires y Faja de Honor de la SADE; y en 1981, “Pequeña rosa lunfarda”, Editorial Torres Agüero.