Sevilla, embalsamada de azahares,
en la mañana de un Viernes Santo.
Entro en esas iglesias
que nunca abren sus puertas
en jornadas de labor,
y en los patios florecidos
de los Reales Alcázares,
sueño con los amores leales
del rey Don Pedro y María.
Jalea de abeja, miel dulzona,
azúcar puro fue la menuda cortesana,
la hermosa barragana que el rey amase.
Y canto penas de amores
de la cigarrera Carmen con su amante
militar. Guarecida en un mantón,
su cintura florecía de amapolas escarlata
entre empuñadura y filo.
Sevilla los vio reír, Sevilla los vio llorar.
Ay, Sevilla,
veo tu torre guardiana,
torre de cal y de paja
reflejando oro solar en el río que fue espejo
de otro oro,
el de Tartessos.
Ay, Sevilla,
en este día
de arroz con leche y torrijas,
de moscateles y finos en tabernas de Triana,
de nazarenos cubiertos por capirotes morados,
de cofrades costaleros
extenuados por el peso de los pasos,
ay, Sevilla,
en este día,
ojalá hallara a mi amado,
que no encuentro la almazara
donde él depositase ese amor aceitunado
que me jurara en secreto,
que no encuentro el manantial
donde fluya,
claro y fresco,
el rumor de su palabra.
Sevilla me vio reír, Sevilla me vio llorar.
Arriba,
en el alminar, doy vueltas al giraldillo
y me imbrico entre las tejas, los bronces
y los ladrillos, y me vuelco entre los vientos
y me diluyo en las lluvias que hostigan
mi emplazamiento.
Ay, amor de mis lamentos, no me des tanto tormento,
que agonizo entre pesares
al sentirte en mi recuerdo.
Sevilla me vio reír, Sevilla me vio llorar.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: "Desnudo con mantón", Soledad Fernández