Llega el otoño,
con su voz cobriza,
consumiendo las hojas
en las arboledas.
Llegan las luces pálidas,
los breves atardeceres
de plata y de oro,
los vientos que amenazan,
con furia tan siniestra
como obstinada,
las lágrimas —ya no furtivas—
de la lluvia fría,
y el corazón que late,
lamiendo con codicia
la fronda de perdidas primaveras.
Añoro los hijos que no tuve
y, por añorar,
hasta los paraísos
que nunca vieron mis ojos
y que posiblemente ya nunca verán.
Añoro también las margaritas,
siempre risueñas,
desbordadas de inocencia,
la lozanía de las rosas
—desnudas ahora de pétalos—,
y el perfume ambiguo
del heno
que niquela la luna estival.
Llega el otoño,
vistiendo de plomo las mañanas
y abriendo la puerta
a la esperanza de un futuro verdor.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Abetos rojos en otoño” (1889), Vincent Van Gogh. Museo Kröller Müller, Otterlo, Holanda