Estabas en la urna
de un museo,
ovillado ante un dolor
incomprensible;
tampoco comprendía
mi mirada, recorriendo
de tus patas a tu hocico.
Ya no eras tú,
ya no eras aquél
que se retorcía
bajo el telúrico fuego,
ya no eran tus huesos,
ni el pelaje,
corto y lustroso,
que un día
mano humana acariciara.
Sólo un recuerdo
vaciado en yeso eras,
un recuerdo prendido
en esa línea temporal,
que trueca en remoto aquello
que antiguo es solamente.
Ya no eras tú,
fiel guardián
del patrimonio ajeno,
abandonado al designio
de los hados,
para cumplir tan cruel
misión postrera.
No llores tu abandono,
perrillo pompeyano
- sufriste el mismo sino
que los demás esclavos -,
ya tienes nueva casa,
y nuevos dueños tienes,
aunque ahora, no seas tú.
Mayte Dalianegra.
Ilustración: fotografía de mi autoría, de un calco de yeso del perro hallado en la Casa de Orfeo o de Vesonius Primus, en Pompeya. Museo de Boscoreale, provincia de Nápoles.
de un museo,
ovillado ante un dolor
incomprensible;
tampoco comprendía
mi mirada, recorriendo
de tus patas a tu hocico.
Ya no eras tú,
ya no eras aquél
que se retorcía
bajo el telúrico fuego,
ya no eran tus huesos,
ni el pelaje,
corto y lustroso,
que un día
mano humana acariciara.
Sólo un recuerdo
vaciado en yeso eras,
un recuerdo prendido
en esa línea temporal,
que trueca en remoto aquello
que antiguo es solamente.
Ya no eras tú,
fiel guardián
del patrimonio ajeno,
abandonado al designio
de los hados,
para cumplir tan cruel
misión postrera.
No llores tu abandono,
perrillo pompeyano
- sufriste el mismo sino
que los demás esclavos -,
ya tienes nueva casa,
y nuevos dueños tienes,
aunque ahora, no seas tú.
Mayte Dalianegra.
Ilustración: fotografía de mi autoría, de un calco de yeso del perro hallado en la Casa de Orfeo o de Vesonius Primus, en Pompeya. Museo de Boscoreale, provincia de Nápoles.