No vivo en Manderley,
ni soy la marioneta ninguneada por el espectro
de Rebeca De Winter
y su ama de llaves Mrs. Danvers
(que se pasa las horas evocando
los días de vino y rosas
bajo las sábanas,
mientras afila la hoja de una faca).
Tampoco soy la exquisita anfitriona
de esa mansión, insubordinada al viento,
que se yergue
en la distinguida ciudad de Ramos Mejía,
en tu Buenos Aires querido.
Solo soy
una mujer sencilla,
una mujer del pueblo,
humilde y modesta
—pero nunca mansa—,
insumisa
ante la imposición,
ante el dictado ajeno,
ante el adoctrinamiento
que conduce al totalitarismo.
Una mujer del montón, como tantas otras,
que no se tiene por menos ni por más
que cualquier otra,
pero a la que no le pudre
el corazón la neutralidad
para ganarse una posición cómoda.
Una que se suma a las causas perdidas,
a las de los que no tienen voz,
o a las de los que, teniéndola,
nunca es escuchada,
aunque eso suponga
recibir el azote de los victimarios.
Una que, sin ser orgullosa ni arrogante,
sin envanecerse,
siempre lleva la frente muy alta,
no solo porque las penas
—que haberlas, las hubo, y muchas—
no la araron de sal como a Cartago
y aún la luce tersa,
sino también
porque su propia conciencia
nada le reclama.
No vivo en Manderley
(¡ni quiero!),
vivo herida por la vida, como
el herido al que cantara Miguel,
y como él, como su árbol talado,
retoño.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura:"Retrato de Wally Toscanini" (1925), Alberto Martini