Creía el gavilán que la paloma era suya,
pues se reflejaba en el espejo
de sus fieros ojos de tigre
—ávidos de sangre y de despojos—
la imagen sublimada de la victoria.
Creía que era suya,
y anhelante esperaba el momento apropiado
del inmisericorde
y definitivo ataque.
Presagiándolo inminente,
alzó el majestuoso vuelo.
Sus alas pardas de arcángel de la muerte
rozaban las alturas
hasta constelar el cielo
de estrellas dibujadas
con baba de caracol.
Afilando garras
en el borde de la estratosfera,
se arrojó en picado
sobre la desventurada víctima,
pero ella, audaz en el último instante,
esquivó la inercia que guiaba su fin.
Creía el gavilán que la paloma era suya,
pero se equivocaba, se equivocaba.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Pigeon” (“Paloma”), David Caesar