I
Oigo el cuerno en la tarde desde el fondo del bosque;
tal vez canta los llantos de la cierva acosada
o el adiós del que caza, repetido por ecos,
y que el viento del norte de hoja en hoja transmite.
Cuántas veces yo solo, en la sombra nocturna,
no sonreí al escucharlo, cuántas veces lloré.
Pues creía escuchar esos ruidos proféticos
que anunciaban la muerte de algún fiel paladín.
¡Oh montañas azules! ¡Oh, esa tierra adorada!
Peñas de la Frazona, circo del Marboré,
oh cascadas caídas de las más altas nieves,
manantiales, arroyos, pirenaicos torrentes.
Flor y hielo en los montes, que son doble estación,
cuya frente es de nieve y los pies de verdor.
Hasta aquí hay que venir, aquí es donde se escucha
ese cuerno lejano, melancólico y dulce.
A menudo un viajero, cuando el aire es silencio,
estremece la noche con sus voces de bronce;
y a sus cantos se mezcla un sonido armonioso,
de feliz cascabel del cordero balando.
Suspicaz, una cierva, en lugar de esconderse,
permanece muy quieta en la cima rocosa,
y en su inmenso fragor la cascada también
une su queja eterna a la viva romanza.
Caballeros, ¿acaso vuestras almas retornan?
¿Es que es vuestra la voz que se escucha en el cuerno?
¡Roncesvalles! Tal vez en tu valle sombrío
de Roldán la gran sombra no ha podido calmarse.
II
Todos ellos murieron, los guerreros no huían.
A su lado, de pie, queda sólo Oliveros;
sarracenos le cercan que aún parecen temblar.
Grita el moro: «Roldán, o te rindes o mueres.
Yacen todos tus pares» muertos en los torrentes.»
Él rugió como un tigre y gritó: «Si me rindo,
africano, será cuando los Pirineos
bajarán derribados con el agua y sus cuerpos.»
«Ya se caen», responden, «luego debes rendirte».
Y del monte más alto un peñasco cayó.
Y hasta el fondo rodó del abismo, y la copa
de los pinos rompió hasta hundirse en las aguas.
«Gracias», dijo Roldán, «me has abierto el camino».
Y hasta el pie de los montes, con su mano empujando,
cual si fuera un gigante mueve todo el peñasco,
y los moros vacilan, casi a punto de huir.
III
Entretanto, confiados, Carlomagno y los suyos
descendían del monte conversando entre sí.
A lo lejos, visibles por sus aguas los valles
de Argelés y de Luz'-' distinguíanse ya...
Roldán guarda los montes, todos iban sin miedo.
Cabalgado en un negro palafrén revestido
de gualdrapas violeta, el obispo Turpín
con sus santas reliquias, avisó a Carlomagno.
«Oh, señor, en el cielo se ven nubes de fuego;
no sigáis adelante, no tentemos a Dios.
San Dionisio nos valga, que son almas, diríase,
que atraviesan los aires en vapores llameantes.
Dos fulgores se han visto y después otros dos.»
Se oyó entonces el cuerno que tañía muy lejos.
Carlomagno, asombrado, va a tirar de las riendas
y hace que su corcel no prosiga su marcha.
«¿Oís eso?», pregunta. «Sí, sin duda pastores
que reúnen rebaños por las cimas dispersos»,
respondió el arzobispo, «o las voces ahogadas
del enano Oberón que con su hada conversa».
Sigue andando el gran rey. Mas su inquieto semblante
es más negro y sombrío que los cielos revueltos.
Teme ya la traición, y mientras piensa en ella
suena el cuerno y se calla, y renace otra vez.
«¡Ay de mí! Es mi sobrino. ¡Ay de mí! Si Roldán
pide ayuda sé bien que ha de estar moribundo.
¡Caballeros, atrás! Y tú tiembla de nuevo
al sentir nuestros pasos, ¡ay España engañosa!»
IV
En la cima del monte los corceles descansan;
los blanquea la espuma; a sus pies, Roncesvalles
coloréase apenas con la luz del crepúsculo.
A lo lejos ya huyen las banderas del moro.
«¿Qué hay, Turpín, en el fondo de este fiero torrente?
Veo a dos caballeros: uno ha muerto, otro expira,
aplastados los dos por un negro peñasco;
el más fuerte aún empuña marfileño olifante,
exhalando su alma nos llamó por dos veces.»
¡Suena el cuerno muy triste en el fondo del bosque!
ORIGINAL EN FRANCÉS:
LE COR
I
J'aime le son du Cor, le soir, au fond des bois,
Soit qu'il chante les pleurs de la biche aux abois,
Ou l'adieu du chasseur que l'écho faible accueille,
Et que le vent du nord porte de feuille en feuille.
Que de fois, seul, dans l'ombre à minuit demeuré,
J'ai souri de l'entendre, et plus souvent pleuré !
Car je croyais ouïr de ces bruits prophétiques
Qui précédaient la mort des Paladins antiques.
O montagnes d'azur ! ô pays adoré !
Rocs de la Frazona, cirque du Marboré,
Cascades qui tombez des neiges entraînées,
Sources, gaves, ruisseaux, torrents des Pyrénées ;
Monts gelés et fleuris, trône des deux saisons,
Dont le front est de glace et le pied de gazons !
C'est là qu'il faut s'asseoir, c'est là qu'il faut entendre
Les airs lointains d'un Cor mélancolique et tendre.
Souvent un voyageur, lorsque l'air est sans bruit,
De cette voix d'airain fait retentir la nuit ;
A ses chants cadencés autour de lui se mêle
L'harmonieux grelot du jeune agneau qui bêle.
Une biche attentive, au lieu de se cacher,
Se suspend immobile au sommet du rocher,
Et la cascade unit, dans une chute immense,
Son éternelle plainte au chant de la romance.
Ames des Chevaliers, revenez-vous encor?
Est-ce vous qui parlez avec la voix du Cor ?
Roncevaux ! Roncevaux ! Dans ta sombre vallée
L'ombre du grand Roland n'est donc pas consolée !
II
Tous les preux étaient morts, mais aucun n'avait fui.
Il reste seul debout, Olivier prés de lui,
L'Afrique sur les monts l'entoure et tremble encore.
"Roland, tu vas mourir, rends-toi, criait le More ;
"Tous tes Pairs sont couchés dans les eaux des torrents."
Il rugit comme un tigre, et dit : "Si je me rends,
"Africain, ce sera lorsque les Pyrénées
"Sur l'onde avec leurs corps rouleront entraînées."
"Rends-toi donc, répond-il, ou meurs, car les voilà."
Et du plus haut des monts un grand rocher roula.
Il bondit, il roula jusqu'au fond de l'abîme,
Et de ses pins, dans l'onde, il vint briser la cime.
"Merci, cria Roland, tu m'as fait un chemin."
Et jusqu'au pied des monts le roulant d'une main,
Sur le roc affermi comme un géant s'élance,
Et, prête à fuir, l'armée à ce seul pas balance.
III
Tranquilles cependant, Charlemagne et ses preux
Descendaient la montagne et se parlaient entre eux.
A l'horizon déjà, par leurs eaux signalées,
De Luz et d'Argelès se montraient les vallées.
L'armée applaudissait. Le luth du troubadour
S'accordait pour chanter les saules de l'Adour ;
Le vin français coulait dans la coupe étrangère ;
Le soldat, en riant, parlait à la bergère.
Roland gardait les monts ; tous passaient sans effroi.
Assis nonchalamment sur un noir palefroi
Qui marchait revêtu de housses violettes,
Turpin disait, tenant les saintes amulettes :
"Sire, on voit dans le ciel des nuages de feu ;
"Suspendez votre marche; il ne faut tenter Dieu.
"Par monsieur saint Denis, certes ce sont des âmes
"Qui passent dans les airs sur ces vapeurs de flammes.
"Deux éclairs ont relui, puis deux autres encor."
Ici l'on entendit le son lointain du Cor.
L'Empereur étonné, se jetant en arrière,
Suspend du destrier la marche aventurière.
"Entendez-vous ! dit-il. - Oui, ce sont des pasteurs
"Rappelant les troupeaux épars sur les hauteurs,
"Répondit l'archevêque, ou la voix étouffée
"Du nain vert Obéron qui parle avec sa Fée."
Et l'Empereur poursuit ; mais son front soucieux
Est plus sombre et plus noir que l'orage des cieux.
Il craint la trahison, et, tandis qu'il y songe,
Le Cor éclate et meurt, renaît et se prolonge.
"Malheur ! c'est mon neveu ! malheur! car si Roland"
Appelle à son secours, ce doit être en mourant.
"Arrière, chevaliers, repassons la montagne !"
Tremble encor sous nos pieds, sol trompeur de l'Espagne !
IV
Sur le plus haut des monts s'arrêtent les chevaux ;
L'écume les blanchit ; sous leurs pieds, Roncevaux
Des feux mourants du jour à peine se colore.
A l'horizon lointain fuit l'étendard du More.
"Turpin, n'as-tu rien vu dans le fond du torrent ?"
J'y vois deux chevaliers : l'un mort, l'autre expirant
"Tous deux sont écrasés sous une roche noire ;"
Le plus fort, dans sa main, élève un Cor d'ivoire,
"Son âme en s'exhalant nous appela deux fois."
Dieu ! que le son du Cor est triste au fond des bois !
Alfred de Vigny.
Pintura: "Diana cazadora", Gaston Casimir Saint-Pierre (1833-1916).
Oigo el cuerno en la tarde desde el fondo del bosque;
tal vez canta los llantos de la cierva acosada
o el adiós del que caza, repetido por ecos,
y que el viento del norte de hoja en hoja transmite.
Cuántas veces yo solo, en la sombra nocturna,
no sonreí al escucharlo, cuántas veces lloré.
Pues creía escuchar esos ruidos proféticos
que anunciaban la muerte de algún fiel paladín.
¡Oh montañas azules! ¡Oh, esa tierra adorada!
Peñas de la Frazona, circo del Marboré,
oh cascadas caídas de las más altas nieves,
manantiales, arroyos, pirenaicos torrentes.
Flor y hielo en los montes, que son doble estación,
cuya frente es de nieve y los pies de verdor.
Hasta aquí hay que venir, aquí es donde se escucha
ese cuerno lejano, melancólico y dulce.
A menudo un viajero, cuando el aire es silencio,
estremece la noche con sus voces de bronce;
y a sus cantos se mezcla un sonido armonioso,
de feliz cascabel del cordero balando.
Suspicaz, una cierva, en lugar de esconderse,
permanece muy quieta en la cima rocosa,
y en su inmenso fragor la cascada también
une su queja eterna a la viva romanza.
Caballeros, ¿acaso vuestras almas retornan?
¿Es que es vuestra la voz que se escucha en el cuerno?
¡Roncesvalles! Tal vez en tu valle sombrío
de Roldán la gran sombra no ha podido calmarse.
II
Todos ellos murieron, los guerreros no huían.
A su lado, de pie, queda sólo Oliveros;
sarracenos le cercan que aún parecen temblar.
Grita el moro: «Roldán, o te rindes o mueres.
Yacen todos tus pares» muertos en los torrentes.»
Él rugió como un tigre y gritó: «Si me rindo,
africano, será cuando los Pirineos
bajarán derribados con el agua y sus cuerpos.»
«Ya se caen», responden, «luego debes rendirte».
Y del monte más alto un peñasco cayó.
Y hasta el fondo rodó del abismo, y la copa
de los pinos rompió hasta hundirse en las aguas.
«Gracias», dijo Roldán, «me has abierto el camino».
Y hasta el pie de los montes, con su mano empujando,
cual si fuera un gigante mueve todo el peñasco,
y los moros vacilan, casi a punto de huir.
III
Entretanto, confiados, Carlomagno y los suyos
descendían del monte conversando entre sí.
A lo lejos, visibles por sus aguas los valles
de Argelés y de Luz'-' distinguíanse ya...
Roldán guarda los montes, todos iban sin miedo.
Cabalgado en un negro palafrén revestido
de gualdrapas violeta, el obispo Turpín
con sus santas reliquias, avisó a Carlomagno.
«Oh, señor, en el cielo se ven nubes de fuego;
no sigáis adelante, no tentemos a Dios.
San Dionisio nos valga, que son almas, diríase,
que atraviesan los aires en vapores llameantes.
Dos fulgores se han visto y después otros dos.»
Se oyó entonces el cuerno que tañía muy lejos.
Carlomagno, asombrado, va a tirar de las riendas
y hace que su corcel no prosiga su marcha.
«¿Oís eso?», pregunta. «Sí, sin duda pastores
que reúnen rebaños por las cimas dispersos»,
respondió el arzobispo, «o las voces ahogadas
del enano Oberón que con su hada conversa».
Sigue andando el gran rey. Mas su inquieto semblante
es más negro y sombrío que los cielos revueltos.
Teme ya la traición, y mientras piensa en ella
suena el cuerno y se calla, y renace otra vez.
«¡Ay de mí! Es mi sobrino. ¡Ay de mí! Si Roldán
pide ayuda sé bien que ha de estar moribundo.
¡Caballeros, atrás! Y tú tiembla de nuevo
al sentir nuestros pasos, ¡ay España engañosa!»
IV
En la cima del monte los corceles descansan;
los blanquea la espuma; a sus pies, Roncesvalles
coloréase apenas con la luz del crepúsculo.
A lo lejos ya huyen las banderas del moro.
«¿Qué hay, Turpín, en el fondo de este fiero torrente?
Veo a dos caballeros: uno ha muerto, otro expira,
aplastados los dos por un negro peñasco;
el más fuerte aún empuña marfileño olifante,
exhalando su alma nos llamó por dos veces.»
¡Suena el cuerno muy triste en el fondo del bosque!
ORIGINAL EN FRANCÉS:
LE COR
I
J'aime le son du Cor, le soir, au fond des bois,
Soit qu'il chante les pleurs de la biche aux abois,
Ou l'adieu du chasseur que l'écho faible accueille,
Et que le vent du nord porte de feuille en feuille.
Que de fois, seul, dans l'ombre à minuit demeuré,
J'ai souri de l'entendre, et plus souvent pleuré !
Car je croyais ouïr de ces bruits prophétiques
Qui précédaient la mort des Paladins antiques.
O montagnes d'azur ! ô pays adoré !
Rocs de la Frazona, cirque du Marboré,
Cascades qui tombez des neiges entraînées,
Sources, gaves, ruisseaux, torrents des Pyrénées ;
Monts gelés et fleuris, trône des deux saisons,
Dont le front est de glace et le pied de gazons !
C'est là qu'il faut s'asseoir, c'est là qu'il faut entendre
Les airs lointains d'un Cor mélancolique et tendre.
Souvent un voyageur, lorsque l'air est sans bruit,
De cette voix d'airain fait retentir la nuit ;
A ses chants cadencés autour de lui se mêle
L'harmonieux grelot du jeune agneau qui bêle.
Une biche attentive, au lieu de se cacher,
Se suspend immobile au sommet du rocher,
Et la cascade unit, dans une chute immense,
Son éternelle plainte au chant de la romance.
Ames des Chevaliers, revenez-vous encor?
Est-ce vous qui parlez avec la voix du Cor ?
Roncevaux ! Roncevaux ! Dans ta sombre vallée
L'ombre du grand Roland n'est donc pas consolée !
II
Tous les preux étaient morts, mais aucun n'avait fui.
Il reste seul debout, Olivier prés de lui,
L'Afrique sur les monts l'entoure et tremble encore.
"Roland, tu vas mourir, rends-toi, criait le More ;
"Tous tes Pairs sont couchés dans les eaux des torrents."
Il rugit comme un tigre, et dit : "Si je me rends,
"Africain, ce sera lorsque les Pyrénées
"Sur l'onde avec leurs corps rouleront entraînées."
"Rends-toi donc, répond-il, ou meurs, car les voilà."
Et du plus haut des monts un grand rocher roula.
Il bondit, il roula jusqu'au fond de l'abîme,
Et de ses pins, dans l'onde, il vint briser la cime.
"Merci, cria Roland, tu m'as fait un chemin."
Et jusqu'au pied des monts le roulant d'une main,
Sur le roc affermi comme un géant s'élance,
Et, prête à fuir, l'armée à ce seul pas balance.
III
Tranquilles cependant, Charlemagne et ses preux
Descendaient la montagne et se parlaient entre eux.
A l'horizon déjà, par leurs eaux signalées,
De Luz et d'Argelès se montraient les vallées.
L'armée applaudissait. Le luth du troubadour
S'accordait pour chanter les saules de l'Adour ;
Le vin français coulait dans la coupe étrangère ;
Le soldat, en riant, parlait à la bergère.
Roland gardait les monts ; tous passaient sans effroi.
Assis nonchalamment sur un noir palefroi
Qui marchait revêtu de housses violettes,
Turpin disait, tenant les saintes amulettes :
"Sire, on voit dans le ciel des nuages de feu ;
"Suspendez votre marche; il ne faut tenter Dieu.
"Par monsieur saint Denis, certes ce sont des âmes
"Qui passent dans les airs sur ces vapeurs de flammes.
"Deux éclairs ont relui, puis deux autres encor."
Ici l'on entendit le son lointain du Cor.
L'Empereur étonné, se jetant en arrière,
Suspend du destrier la marche aventurière.
"Entendez-vous ! dit-il. - Oui, ce sont des pasteurs
"Rappelant les troupeaux épars sur les hauteurs,
"Répondit l'archevêque, ou la voix étouffée
"Du nain vert Obéron qui parle avec sa Fée."
Et l'Empereur poursuit ; mais son front soucieux
Est plus sombre et plus noir que l'orage des cieux.
Il craint la trahison, et, tandis qu'il y songe,
Le Cor éclate et meurt, renaît et se prolonge.
"Malheur ! c'est mon neveu ! malheur! car si Roland"
Appelle à son secours, ce doit être en mourant.
"Arrière, chevaliers, repassons la montagne !"
Tremble encor sous nos pieds, sol trompeur de l'Espagne !
IV
Sur le plus haut des monts s'arrêtent les chevaux ;
L'écume les blanchit ; sous leurs pieds, Roncevaux
Des feux mourants du jour à peine se colore.
A l'horizon lointain fuit l'étendard du More.
"Turpin, n'as-tu rien vu dans le fond du torrent ?"
J'y vois deux chevaliers : l'un mort, l'autre expirant
"Tous deux sont écrasés sous une roche noire ;"
Le plus fort, dans sa main, élève un Cor d'ivoire,
"Son âme en s'exhalant nous appela deux fois."
Dieu ! que le son du Cor est triste au fond des bois !
Alfred de Vigny.
Pintura: "Diana cazadora", Gaston Casimir Saint-Pierre (1833-1916).