La luna estaba roja. Nubes grises
Corrían por el ciclo y la nublaban
A veces, como lóbrega humareda
De un incendio. La selva solitaria
Negra hasta el horizonte se extendía.
Silenciosos seguíamos la marcha
Sobre el húmedo césped, o por sendas
Que entre los altos matorrales pasan.
De pronto, bajo lúgubres abetos
Vimos impresas las robustas garras
De los lobos errantes, que al ojeo
Lograron escapar. En la garganta
Reteniendo el aliento, y el pie inmóvil.
Escuchamos atentos. Pero nada
Se oía en la llanura ni en el bosque;
La veleta no más, que triste y agria
Allá arriba gemía. Porque el viento
Iba muy alto, y con sus fuertes alas
Sólo batía las enhiestas torres;
Y los robles, abajo, en las cañadas.
Prendidos a las rocas, parecía
Que, en el codo apoyados, dormitaban.
Nada se oía, pues, cuando el más viejo
De nuestros duchos cazadores, baja
La cabeza, tendiéndose en el suelo.
Examina las huellas, y declara
Que son de un par de corpulentos lobos
Y dos lobeznos. Cada cual prepara
El cuchillo y oculta la escopeta
Sobrado reluciente. Entre las ramas
Abriéndonos camino vamos lentos.
Tres de nuestros bizarros fumaradas
Que iban juntos, de pronto se detienen.
Me acerco para ver cuál es la causa
De aquella interrupción, y en la
penumbra Veo dos ojos arrojando llamas,
Y a la luz de la luna, en la maleza.
Dos sombras que ligeras y gallardas
Brincan, como domésticos lebreles
Gozosos porque el amo vuelve a casa.
Es el contorno parecido, iguales
Los retozones saltos; pero callan
En sus juegos los hijos de los lobos.
Por temor a la próxima asechanza
De! hombre, su enemigo. Estaba el macho
En pie; cerca la loba descansaba
Junto al tronco de un árbol, como aquella
De mármol, que adoró Roma en sus aras,
Amamantando en su velludo seno
A Rómulo y a Remo. Fiero avanza
El lobo; luego súbito se sienta
Sin doblegar las delanteras patas,
Y las terribles uñas hinca en tierra.
Se ve perdido, acorralado, no halla
Paso para la fuga; están cortados
Los caminos. Furioso se abalanza
Al can más atrevido, por el cuello
Lo agarra bien, y no abre las quijadas
Hasta que, estrangulado horriblemente
Exánime el mastín cae a sus plantas.
Lo deja el lobo entonces, y nos mira.
Hasta el puño en su cuerpo penetraban
Los cuchillos, clavándolo en el suelo,
Tinto en su sangre. En círculo, apuntada
Contra él nuestras certeras escopetas
Ve; se echa al suelo, y la feroz mirada
Nos dirige de nuevo, relamiendo
La roja sangre que su hocico mancha.
No soy digna saber del duro trance
El cómo ni el por qué; con fría pausa
Cierra los ojos, y sin un rugido,
Su último aliento, indiferente, exhala.
Apoyando la frente en el oscuro
Cañón de mi escopeta descargada,
Medité. Resolverme no podía
A proseguir, con los demás, la caza
De la loba y sus hijos, que esperaron
Al lobo, y si no fuera por la guarda
De sus cachorros, la irritada viuda
Solo en la ruda lid no lo dejara.
Pero ellos eran su deber primero:
Salvarlos, darles la experiencia amarga
De la vida, del hambre y de la lucha,
Hacer que al hombre nunca rindan parias,
Como aquellos serviles animales
Que por el precio ruin de la pitanza
A los dueños legítimos persiguen
Del bosque adusto y de las rocas ásperas.
¡Cuan débil es, aunque orgullosa ostente
Su noble condición, la estirpe humana!
Mejor que el hombre, abandonar la vida
Y sus males sabéis, fieras selváticas!
A pensar lo que somos en el mundo
Y lo que en él dejamos, sólo cuadra
El silencio a la muerte: vil flaqueza
Es tocio lo demás. Con visión clara,
Salteador siniestro de las selvas,
Te he comprendido. Tu última mirada
Me llegó al corazón. Ella me dijo:
“Haz tu alma estoica y fuerte (si a eso alcanzan
Estudio y reflexión) como la mía.
Naturalmente embravecida, gracias
A mis natales riscos; animoso
Cumple bien la misión penosa y ardua
Que te ha tocado en suerte, y luego...
luego Sufre y muere, cual yo, sin decir nada”.
Corrían por el ciclo y la nublaban
A veces, como lóbrega humareda
De un incendio. La selva solitaria
Negra hasta el horizonte se extendía.
Silenciosos seguíamos la marcha
Sobre el húmedo césped, o por sendas
Que entre los altos matorrales pasan.
De pronto, bajo lúgubres abetos
Vimos impresas las robustas garras
De los lobos errantes, que al ojeo
Lograron escapar. En la garganta
Reteniendo el aliento, y el pie inmóvil.
Escuchamos atentos. Pero nada
Se oía en la llanura ni en el bosque;
La veleta no más, que triste y agria
Allá arriba gemía. Porque el viento
Iba muy alto, y con sus fuertes alas
Sólo batía las enhiestas torres;
Y los robles, abajo, en las cañadas.
Prendidos a las rocas, parecía
Que, en el codo apoyados, dormitaban.
Nada se oía, pues, cuando el más viejo
De nuestros duchos cazadores, baja
La cabeza, tendiéndose en el suelo.
Examina las huellas, y declara
Que son de un par de corpulentos lobos
Y dos lobeznos. Cada cual prepara
El cuchillo y oculta la escopeta
Sobrado reluciente. Entre las ramas
Abriéndonos camino vamos lentos.
Tres de nuestros bizarros fumaradas
Que iban juntos, de pronto se detienen.
Me acerco para ver cuál es la causa
De aquella interrupción, y en la
penumbra Veo dos ojos arrojando llamas,
Y a la luz de la luna, en la maleza.
Dos sombras que ligeras y gallardas
Brincan, como domésticos lebreles
Gozosos porque el amo vuelve a casa.
Es el contorno parecido, iguales
Los retozones saltos; pero callan
En sus juegos los hijos de los lobos.
Por temor a la próxima asechanza
De! hombre, su enemigo. Estaba el macho
En pie; cerca la loba descansaba
Junto al tronco de un árbol, como aquella
De mármol, que adoró Roma en sus aras,
Amamantando en su velludo seno
A Rómulo y a Remo. Fiero avanza
El lobo; luego súbito se sienta
Sin doblegar las delanteras patas,
Y las terribles uñas hinca en tierra.
Se ve perdido, acorralado, no halla
Paso para la fuga; están cortados
Los caminos. Furioso se abalanza
Al can más atrevido, por el cuello
Lo agarra bien, y no abre las quijadas
Hasta que, estrangulado horriblemente
Exánime el mastín cae a sus plantas.
Lo deja el lobo entonces, y nos mira.
Hasta el puño en su cuerpo penetraban
Los cuchillos, clavándolo en el suelo,
Tinto en su sangre. En círculo, apuntada
Contra él nuestras certeras escopetas
Ve; se echa al suelo, y la feroz mirada
Nos dirige de nuevo, relamiendo
La roja sangre que su hocico mancha.
No soy digna saber del duro trance
El cómo ni el por qué; con fría pausa
Cierra los ojos, y sin un rugido,
Su último aliento, indiferente, exhala.
Apoyando la frente en el oscuro
Cañón de mi escopeta descargada,
Medité. Resolverme no podía
A proseguir, con los demás, la caza
De la loba y sus hijos, que esperaron
Al lobo, y si no fuera por la guarda
De sus cachorros, la irritada viuda
Solo en la ruda lid no lo dejara.
Pero ellos eran su deber primero:
Salvarlos, darles la experiencia amarga
De la vida, del hambre y de la lucha,
Hacer que al hombre nunca rindan parias,
Como aquellos serviles animales
Que por el precio ruin de la pitanza
A los dueños legítimos persiguen
Del bosque adusto y de las rocas ásperas.
¡Cuan débil es, aunque orgullosa ostente
Su noble condición, la estirpe humana!
Mejor que el hombre, abandonar la vida
Y sus males sabéis, fieras selváticas!
A pensar lo que somos en el mundo
Y lo que en él dejamos, sólo cuadra
El silencio a la muerte: vil flaqueza
Es tocio lo demás. Con visión clara,
Salteador siniestro de las selvas,
Te he comprendido. Tu última mirada
Me llegó al corazón. Ella me dijo:
“Haz tu alma estoica y fuerte (si a eso alcanzan
Estudio y reflexión) como la mía.
Naturalmente embravecida, gracias
A mis natales riscos; animoso
Cumple bien la misión penosa y ardua
Que te ha tocado en suerte, y luego...
luego Sufre y muere, cual yo, sin decir nada”.
Alfred de Vigny.
ORIGINAL EN FRANCÉS:
LA MORT DU LOUP
Les nuages couraient sur la lune enflammée
Comme sur l'incendie on voit fuir la fumée,
Et les bois étaient noirs jusques à l'horizon.
Nous marchions, sans parler, dans l'humide gazon,
Dans la bruyère épaisse et dans les hautes brandes,
Lorsque, sous des sapins pareils à ceux des Landes,
Nous avons aperçu les grands ongles marqués
Par les loups voyageurs que nous avions traqués.
Nous avons écouté, retenant notre haleine
Et le pas suspendu. - Ni le bois ni la plaine
Ne poussaient un soupir dans les airs; seulement
La girouette en deuil criait au firmament;
Car le vent, élevé bien au-dessus des terres,
N'effleurait de ses pieds que les tours solitaires,
Et les chênes d'en bas, contre les rocs penchés,
Sur leurs coudes semblaient endormis et couchés
Rien ne bruissait donc, lorsque, baissant la tête,
Le plus vieux des chasseurs qui s'étaient mis en quête
A regardé le sable en s'y couchant; bientôt,
Lui que jamais ici l'on ne vit en défaut,
A déclaré tout bas que ces marques récentes
Annonçaient la démarche et les griffes puissantes
De deux grands loups-cerviers et de deux louveteaux.
Nous avons tous alors prépare nos couteaux,
Et, cachant nos fusils et leurs lueurs trop blanches,
Nous allions pas à pas en écartant les branches.
Trois s'arrêtent, et moi, cherchant ce qu'ils voyaient,
J'aperçois tout à coup deux yeux qui flamboyaient,
Et je vois au-delà quatre formes légères
Qui dansaient sous la lune au milieu des bruyères,
Comme font chaque jour, à grand bruit sous nos yeux,
Quand le maître revient, les lévriers joyeux.
Leur forme était semblable, et semblable la danse;
Mais les enfants du Loup se jouaient en silence,
Sachant bien qu'à deux pas, ne dormant qu'à demi,
Se couche dans ses murs l'homme, leur ennemi.
Le père était debout, et plus loin, contre un arbre,
Sa louve reposait comme celle de marbre
Qu'adoraient les Romains, et dont les flancs velus
Couvaient les demi-dieux Remus et Romulus.
Le Loup vient et s'assied, les deux jambes dressées,
Par leurs ongles crochus dans le sable enfoncées.
Il s'est jugé perdu, puisqu'il était surpris,
Sa retraite compté et tous ses chemins pris;
Alors il a saisi, dans sa gueule brûlante,
Du chien le plus hardi la gorge pantelante,
Il n'a pas deserré ses mâchoires de fer,
Malgré nos coups de feu qui traversaient sa chair,
Et nos couteaux aigüs qui, comme des tenailles,
Se croisaient en plongeant dans ses larges entrailles,
Jusqu'au dernier moment où le chien étranglé,
Mort longtemps avant lui, sous ses pieds a roulé.
Le Loup le quitte alors et puis il nous regarde.
Les couteaux lui restaient au flanc jusqu'à la garde,
Le clouaient au gazon tout baigné dans son sang;
Nos fusils l'entouraient en sinistre croissant.
Il nous regarde encore, ensuite il se recouche,
Tout en léchant le sang répandu sur sa bouche,
Et, sans daigner savoir comment il a péri,
Refermant ses grands yeux, meurt sans jeter un cri.
J'ai reposé mon front sur mon fusil sans poudre,
Me prenant à penser, et n'ai pu me résoudre
A poursuivre sa Louve et ses fils, qui, tous trois,
Avaient voulu l'attendre, et, comme je le crois,
Sans ses deux louveteaux, la belle et sombre veuve
Ne l'eût pas laissé seul subir la grande épreuve;
Mais son devoir était de les sauver, afin
De pouvoir leur apprendre à bien souffrir la faim,
A ne jamais entrer dans le pacte des villes
Que l'homme a fait avec les animaux serviles
Qui chassent devant lui, pour avoir le coucher,
Les premiers possesseurs du bois et du rocher.
Hélas, ai-je pensé, malgré ce grand nom d'Hommes
Que j'ai honte de nous, débiles que nous sommes!
Comment on doit quitter la vie et tous ses maux,
C'est vous qui le savez, sublimes animaux!
A voir ce que l'on fut sur terre et ce qu'on laisse,
Seul le silence est grand; tout le reste est faiblesse.
Ah! je t'ai bien compris, sauvage voyageur,
Et ton dernier regard m'est allé jusqu'au coeur!
Il disait: "Si tu peux, fais que ton âme arrive,
A force de rester studieuse et pensive,
Jusqu'à ce haut degré de stoïque fierté
Où, naissant dans les bois, j'ai tout d'abord monté.
Gémir, pleurer, prier est également lâche
Fais énergiquement ta longue et lourde tâche
Dans la voie où la sort a voulu t'appeler,
Puis après, comme moi, souffre et meurs sans parler."
Me prenant à penser, et n'ai pu me résoudre
A poursuivre sa Louve et ses fils, qui, tous trois,
Avaient voulu l'attendre, et, comme je le crois,
Sans ses deux louveteaux, la belle et sombre veuve
Ne l'eût pas laissé seul subir la grande épreuve;
Mais son devoir était de les sauver, afin
De pouvoir leur apprendre à bien souffrir la faim,
A ne jamais entrer dans le pacte des villes
Que l'homme a fait avec les animaux serviles
Qui chassent devant lui, pour avoir le coucher,
Les premiers possesseurs du bois et du rocher.
Hélas, ai-je pensé, malgré ce grand nom d'Hommes
Que j'ai honte de nous, débiles que nous sommes!
Comment on doit quitter la vie et tous ses maux,
C'est vous qui le savez, sublimes animaux!
A voir ce que l'on fut sur terre et ce qu'on laisse,
Seul le silence est grand; tout le reste est faiblesse.
Ah! je t'ai bien compris, sauvage voyageur,
Et ton dernier regard m'est allé jusqu'au coeur!
Il disait: "Si tu peux, fais que ton âme arrive,
A force de rester studieuse et pensive,
Jusqu'à ce haut degré de stoïque fierté
Où, naissant dans les bois, j'ai tout d'abord monté.
Gémir, pleurer, prier est également lâche
Fais énergiquement ta longue et lourde tâche
Dans la voie où la sort a voulu t'appeler,
Puis après, comme moi, souffre et meurs sans parler."
Alfred de Vigny.
Pintura: "Edge of winter grey wolves" ("Lobos grises en el filo del invierno"), 2006, Larry Fanning.