Ven a mi pecho, alma sorda y cruel...
Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
tigre adorado, monstruo de aire indolente;
quiero enterrar mis temblorosos dedos
en la espesura de tu abundosa crin;
sepultar mi cabeza dolorida
en tu falda colmada de perfume
y respirar, como una ajada flor,
el relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
en un sueño, como la muerte, dulce,
estamparé mis besos sin descanso
por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados,
sólo preciso tu profundo lecho;
el poderoso olvido habita entre tus labios
y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia,
como un predestinado seguiré;
condenado inocente, mártir dócil
cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré
el nepentes y la cicuta amada,
del pezón delicioso que corona este seno
el cual nunca contuvo un corazón.
Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
tigre adorado, monstruo de aire indolente;
quiero enterrar mis temblorosos dedos
en la espesura de tu abundosa crin;
sepultar mi cabeza dolorida
en tu falda colmada de perfume
y respirar, como una ajada flor,
el relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
en un sueño, como la muerte, dulce,
estamparé mis besos sin descanso
por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados,
sólo preciso tu profundo lecho;
el poderoso olvido habita entre tus labios
y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia,
como un predestinado seguiré;
condenado inocente, mártir dócil
cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré
el nepentes y la cicuta amada,
del pezón delicioso que corona este seno
el cual nunca contuvo un corazón.
Charles Baudelaire, ("Las flores del mal").
Pintura: "Cleopatra mordida por el áspid", (1630), Guido Reni.