Elizabeth Siddal,
el láudano cegó el brillo cerúleo de tu mirada.
¿O acaso tus ojos se opacaron
por mor del necio egoísmo de un Hamlet
cabalgando a lomos de la más negra montura?
El homicida de corazón yace dormido,
ajeno al arrullo de las palomas torcaces;
quizás Rosercrantz y Guildenstern
debieran seguir vivos y él haberse extinguido
como se extingue una candela
al consumirse la mecha,
como se extingue la voz de un mudo
en la inútil caverna de su garganta.
Ofelia de lágrimas anegada,
ahogada en el dominio fluvial de su propio llanto.
Ofelia de suspiros desgranados en la infame oscuridad.
¡Muere Lizzie sin que Dante suspire por Beatrice!
Fenece Ofelia entre guirnaldas acuáticas,
nenúfares emponzoñados con el curare de los celos,
y el príncipe de Dinamarca, con su indolencia, blande
la daga mortal en las carnes laceradas por el desaliento.
Dante suspira hoy, cuando ya de ti solo queda
un cadáver pálido, presuroso de convertirse en viento.
Dante que no es Alighieri, Dante que pinta doncellas,
Dante que esconde su libro —poemas de amor prohibido—
entre el incienso rojo de una Beata Beatrix que ahora solo es cabellera,
pulida mata de rubíes y amapolas, mata sanguinolenta
de capilares urdida, mata que lo mata todo,
hasta la vida que encuentra.
Dante sabe de su error —tardía sapiencia suya—
Dante se percata de su búsqueda
en pieles de arreboladas tardes y amaneceres.
Dante sabe que habrá otras, con muslos de mármol blanco
y brazos de vestal cautiva, con los ojos de azucenas
teñidos de noche umbría.
Dante sabe que habrá otras, porque antes hubo una.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Retrato de Elizabeth Siddal Rossetti” (1850 - 65), Dante Gabriel Rossetti. Fitzwilliam Museum, Cambridge, UK