Sus párpados
son cúpulas celestes soslayadas,
su mirada
es sigilosa,
de rastro felino,
apremiada por su reflejo en la plata pulida
del espejo,
y se encienden pavesas,
centelleando hambrientas,
en el cenit de sus pupilas.
Sus dedos,
lubricados de codicia,
moldean pequeños planetas,
palomas que arrullan de nácar
la órbita de su cuello,
y repiten, con tañido de campana,
su valor y su valía.
Sonríe como una pícara Monalisa
de carnes entibiadas bajo el lino bordado,
y reina
por tierras y mares y cielos,
coronada
de oro y esmeraldas y diamantes,
de rubíes y zafiros y topacios,
de ágatas y turquesas y turmalinas,
con la piel enquistada
de brocados y terciopelos y sedas,
tafetanes abrochados de azabaches,
de corales y marfiles y ópalos.
Las preseas
deslumbran, con sus fastos,
la imagen que el refulgente vidrio le devuelve.
(Mayte Llera, Dalianegra)
Pintura: “Vanity” (Vanidad), Frank Cadogan Cowper (1877–1958)