Audrey Tautou
—nuestra “Amélie”—
se parece a Nefertiti,
con su estilizada pose y con su figura exigua.
Audrey Tautou
se parece a Nefertiti,
aunque ella sea francesa,
y lejos quede ya el tiempo de aquella princesa hurrita
que fuera reina de Egipto.
Audrey Tautou
me la recuerda,
me trae a la memoria el polícromo
yeso de la gran señora hija del disco solar,
con esos pómulos altos,
orgullosos
de un relieve de exotismo delicado,
y esos labios
dibujados
—roja pulpa de fragaria y de cereza—,
que quisiera cincelarlos el escoplo de un Rodin.
Audrey
es una Nefertiti
de vivaces ojos negros,
que no le falta una niña,
como al regio y bello busto
de la reina destronada.
Unos ojos penetrantes, son estrellas rutilantes,
alumbrando un firmamento
de otras estrellas
fugaces,
tan fugaces como el tiempo
en que los sueños se hacen.
—nuestra “Amélie”—
se parece a Nefertiti,
con su estilizada pose y con su figura exigua.
Audrey Tautou
se parece a Nefertiti,
aunque ella sea francesa,
y lejos quede ya el tiempo de aquella princesa hurrita
que fuera reina de Egipto.
Audrey Tautou
me la recuerda,
me trae a la memoria el polícromo
yeso de la gran señora hija del disco solar,
con esos pómulos altos,
orgullosos
de un relieve de exotismo delicado,
y esos labios
dibujados
—roja pulpa de fragaria y de cereza—,
que quisiera cincelarlos el escoplo de un Rodin.
Audrey
es una Nefertiti
de vivaces ojos negros,
que no le falta una niña,
como al regio y bello busto
de la reina destronada.
Unos ojos penetrantes, son estrellas rutilantes,
alumbrando un firmamento
de otras estrellas
fugaces,
tan fugaces como el tiempo
en que los sueños se hacen.
Mayte Dalianegra
Pintura: "Retrato de Audrey Tautou", Moni Carrica