Cuando mis párpados se abren
con el albor del día,
una llovizna fina y tenaz,
nacida de la emoción del recuerdo,
navega por las cuencas de mis ojos.
Entonces aparece la huella de tu rostro
envuelta en esa neblina
que origina la distancia.
Eres tú, amado,
tú, el que proporciona sabor a la tierra,
aroma al aire,
color al cielo.
Eres tú, amado,
un príncipe
de fuego y azufre,
de salobre retumbar de trueno.
Has nacido en la alcoba
donde se agitan mi desazón y mi deseo.
Viértase tu simiente
en mis profundidades,
y que la desnudez enhiesta de mis pechos
te muestre el camino
de nuestros encuentros.
Mayte Dalianegra
Pintura: “El origen de la Vía Láctea” (1575 – 80), Jacopo Comin Tintoretto. National Gallery, Londres
con el albor del día,
una llovizna fina y tenaz,
nacida de la emoción del recuerdo,
navega por las cuencas de mis ojos.
Entonces aparece la huella de tu rostro
envuelta en esa neblina
que origina la distancia.
Eres tú, amado,
tú, el que proporciona sabor a la tierra,
aroma al aire,
color al cielo.
Eres tú, amado,
un príncipe
de fuego y azufre,
de salobre retumbar de trueno.
Has nacido en la alcoba
donde se agitan mi desazón y mi deseo.
Viértase tu simiente
en mis profundidades,
y que la desnudez enhiesta de mis pechos
te muestre el camino
de nuestros encuentros.
Mayte Dalianegra
Pintura: “El origen de la Vía Láctea” (1575 – 80), Jacopo Comin Tintoretto. National Gallery, Londres