Delmira Agustini, (1886 - 1914), fue una poetisa uruguaya. Hija de Santiago Agustini y María Murtfeldt, Delmira —«la Nena» para sus padres—, nació en Montevideo (Uruguay) el 24 de octubre de 1886. Se educó en el hogar, como solían hacerlo entonces las señoritas de la clase media alta, y recibió clases de francés, piano, pintura y dibujo. No obstante, la dedicación casi religiosa de sus padres para que a Delmira no le faltara nada en la edificación de su cultura, tuvo que ver con la extraordinaria sensibilidad y la inteligencia que desde muy pequeña ella demostró poseer. A los cinco años sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras. Estas cualidades fueron muy valoradas por sus progenitores quienes, según algunos, sobreprotegieron a la futura poeta.
A lo largo de su infancia, el contacto con otros niños fue escaso, razón por la cual creció en un ambiente introvertido y callado. Pasaba largas horas, a veces días, ensimismada en el placer de la lectura, la escritura, el piano. Incluso siendo ya una adolescente, tuvo muy poco contacto con otras muchachas de su edad. De acuerdo a algunos testimonios, prefería dedicar su tiempo a actividades intelectuales y artísticas, no le interesaban las reuniones sociales, que consideraba frívolas. Más tarde establecerá contacto con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, figuras casi todas mayores que ella: Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Manuel Ugarte, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros. Su tiempo libre solía pasarlo junto a sus padres dando largas caminatas por el parque, o con su gran amigo de la infancia, André de Badet.
A partir de 1902, a los dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. Al año siguiente, esta misma revista la invita a colaborar en una sección que ella misma bautiza con el nombre de «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, Delmira se ocupa de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que sobresalen en lo cultural y/o lo social. Se trata de siluetas excesivamente ornamentales del más puro gusto modernista. Entre estas semblanzas sobresale una dedicada a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira.
En 1907 publica su primer poemario, "El libro blanco (Frágil)" que fue muy bien acogido por la crítica. El éxito literario de Delmira Agustini correrá parejo a la fama de su belleza. Es importante señalar que el ambiente montevideano en el que Delmira vivió y publicó su poesía estaba marcado por fuertes contrastes. Por un lado era puritano y conservador, especialmente en lo referente a la sexualidad y la diferencia entre los sexos. Pero también era libertario y progresista; por ejemplo, durante los gobiernos de Battle y Ordoñez (1903-1907, 1911-1915) se llevaron a cabo reformas importantes, como el decreto de la primera ley de divorcio del continente (1907) y la creación de la Universidad de Mujeres (1912). Se trataba, pues, de una atmósfera ambigua, algo que incidió en la forma en que la crítica acogió su escritura. Aunque su talento fue elogiado, su temática explícitamente erótica no encajaba dentro de los estereotipos femeninos de la época, los cuales enfatizaban el perfil de lo que «tenía» que ser una mujer, especialmente una joven soltera y virgen. Sorprendidos y desconcertados, la mayoría de los críticos intentaron neutralizar su voz, enfocando la atención en su persona —una muchacha físicamente bella— e insistiendo en su aura etérea. De esta forma nació, entre sus contemporáneos, el mito Delmira, uno que incluía tanto a la «niña virginal» como a la «Pitonisa de Eros»; un mito que intentaba explicar «el milagro» de su escritura como producto del instinto, pasando por alto su intelectualidad. De allí se comprende lo que Carlos Vaz Ferreira le escribe en una carta: «No debiera ser capaz, no precisamente de escribir, sino de "entender" su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas poesías suyas.».
En 1910 publica su segundo libro, "Cantos de la mañana". Para entonces su prestigio como poeta es considerable e incluso llega a ser elogiada por Rubén Darío, a quien conoce en 1912 durante una visita de éste a Montevideo; el encuentro provoca un intercambio de cartas. Asimismo, en su casa recibe las visitas de varios escritores e intelectuales atraídos por su talento, entre ellos, Manuel Ugarte. Una vez ha despuntado el talento poético de Delmira, su familia apoya su vocación de forma completa; el padre pasa a limpio los poemas tomados de los cuadernos y hojas sueltas de su hija, y lo mismo hará su hermano Antonio. La madre la sobreprotege y procura mantenerla alejada del trato social, incluso cuando ya es una poeta célebre que todos requieren: cuando la visitan, la madre siempre está presente en la sala, algo que no asombra teniendo en cuenta las convenciones de la época. A pesar de las reseñas desfavorables de críticos y biógrafos en cuanto a la relación con sus padres —derivadas de los comentarios recogidos de las cartas de su ex marido, un testigo dudoso— la estudiosa Magdalena García Pinto asegura que Delmira en realidad siempre vio en ellos una «lealtad solidaria», y sostiene que no ha identificado señales de desarmonía al revisar la correspondencia familiar.
En febrero de 1913 publica su tercer libro de poemas, "Los cálices vacíos", poemario más abiertamente erótico que los anteriores, algo que provoca un escándalo social que luego pasa a la murmuración incesante en torno a la joven poeta y su atrevimiento. Los poemas resultaron especialmente escandalosos no sólo porque su autora fuera una joven soltera —léase virgen— sino también, y sobre todo, porque en ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera sujeto de deseo, es decir, podía ser únicamente objeto deseado. De allí lo excepcional de sus versos: Delmira se apropia de elementos culturales de la época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la tradición literaria masculina. En pocas palabras, subvierte imágenes y conceptos de la tradición modernista para hablar de sus experiencias como mujer. Por otro lado, en "Los cálices vacíos", Delmira anuncia, en una nota «Al lector», que está preparando un nuevo poemario que se titulará "Los astros del abismo" y el cual considera será «la cúpula» de su obra. Estos poemas, los más oscuros y barrocos, fueron publicados póstumamente en la edición de sus Obras completas de 1924 bajo el título general de "El rosario de Eros".
Hasta el día de hoy no se sabe con seguridad cuándo conoció Delmira a su futuro marido, Enrique Job Reyes, quien no pertenecía al ámbito intelectual ya mencionado. Lo que sí consta es que hacia 1908 él ya la visitaba. Al principio, el romance se mantuvo en secreto, ya que aparentemente la madre se oponía a esta relación amorosa, lo que indica que, contrariamente a lo que señalan sus biógrafos, su madre no controlaba su voluntad. En una de sus cartas de este periodo, Delmira le escribe a Reyes lo siguiente: "Sigue formal como hasta ahora en tus cartas, nunca, ni por casualidad aludas a esta correspondencia. A veces, cuando pienso en si llegara a descubrirse, no puedo añadir más ¡Peligro!". En las cartas de Delmira a Reyes sobresalen una jerga infantil y algunas frases terriblemente caprichosas, muy diferentes al tono apasionado y al estilo más literario de las cartas que cuatro años después le enviará a Manuel Ugarte. Sin embargo, las cartas a Reyes reflejan la primera etapa de aquel romance clandestino, donde no faltan los celos. Después de cinco años de noviazgo, la pareja finalmente se casa el 14 de agosto de 1913.
Un año mayor que Delmira, Reyes era, según testimonios, un joven guapo, de figura atlética y talante seguro, pero de una naturaleza emocional un tanto agresiva y sobre todo, alguien acostumbrado a dominar. Provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y, cuando conoció a Delmira, estaba involucrado en el negocio de la compra y venta de caballos. Sin embargo, lo que se debe destacar es que Reyes nunca le dio importancia al talento poético de Delmira, más bien lo consideraba una «debilidad» de soltera; solía decir que, una vez casados, se encargaría de ver que abandonara la escritura. Pero Delmira venía publicando poesía desde los dieciséis años: era, sin duda, su gran pasión. No obstante, a pesar de lo obvio, Reyes no supo darse cuenta de que alejaría a Delmira de su lado si le exigía que abandonara la escritura.
Adicionalmente, cuando Delmira se casa con Reyes, la poeta ya no está enamorada de él. Para entonces ya siente un fuerte apasionamiento por el intelectual argentino Manuel Ugarte, quien, irónicamente, será uno de los testigos de la boda. Las dudas que atormentaron a Delmira el día de su boda han quedado nítidamente reflejadas en una dramática carta dirigida a Ugarte y escrita poco después de su separación de Reyes: "Piense usted que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle el otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel. Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos mis gestos de aquella noche. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que usted me miraba y me comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato. Y después sufrir, sufrir hasta que me despedí de usted. Y después sufrir más, sufrir lo indecible..."
A lo largo de su infancia, el contacto con otros niños fue escaso, razón por la cual creció en un ambiente introvertido y callado. Pasaba largas horas, a veces días, ensimismada en el placer de la lectura, la escritura, el piano. Incluso siendo ya una adolescente, tuvo muy poco contacto con otras muchachas de su edad. De acuerdo a algunos testimonios, prefería dedicar su tiempo a actividades intelectuales y artísticas, no le interesaban las reuniones sociales, que consideraba frívolas. Más tarde establecerá contacto con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, figuras casi todas mayores que ella: Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Manuel Ugarte, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros. Su tiempo libre solía pasarlo junto a sus padres dando largas caminatas por el parque, o con su gran amigo de la infancia, André de Badet.
A partir de 1902, a los dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. Al año siguiente, esta misma revista la invita a colaborar en una sección que ella misma bautiza con el nombre de «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, Delmira se ocupa de hacer retratos de mujeres de la burguesía montevideana que sobresalen en lo cultural y/o lo social. Se trata de siluetas excesivamente ornamentales del más puro gusto modernista. Entre estas semblanzas sobresale una dedicada a la poeta María Eugenia Vaz Ferreira.
En 1907 publica su primer poemario, "El libro blanco (Frágil)" que fue muy bien acogido por la crítica. El éxito literario de Delmira Agustini correrá parejo a la fama de su belleza. Es importante señalar que el ambiente montevideano en el que Delmira vivió y publicó su poesía estaba marcado por fuertes contrastes. Por un lado era puritano y conservador, especialmente en lo referente a la sexualidad y la diferencia entre los sexos. Pero también era libertario y progresista; por ejemplo, durante los gobiernos de Battle y Ordoñez (1903-1907, 1911-1915) se llevaron a cabo reformas importantes, como el decreto de la primera ley de divorcio del continente (1907) y la creación de la Universidad de Mujeres (1912). Se trataba, pues, de una atmósfera ambigua, algo que incidió en la forma en que la crítica acogió su escritura. Aunque su talento fue elogiado, su temática explícitamente erótica no encajaba dentro de los estereotipos femeninos de la época, los cuales enfatizaban el perfil de lo que «tenía» que ser una mujer, especialmente una joven soltera y virgen. Sorprendidos y desconcertados, la mayoría de los críticos intentaron neutralizar su voz, enfocando la atención en su persona —una muchacha físicamente bella— e insistiendo en su aura etérea. De esta forma nació, entre sus contemporáneos, el mito Delmira, uno que incluía tanto a la «niña virginal» como a la «Pitonisa de Eros»; un mito que intentaba explicar «el milagro» de su escritura como producto del instinto, pasando por alto su intelectualidad. De allí se comprende lo que Carlos Vaz Ferreira le escribe en una carta: «No debiera ser capaz, no precisamente de escribir, sino de "entender" su libro. Cómo ha llegado usted, sea a saber, sea a sentir, lo que ha puesto en ciertas poesías suyas.».
En 1910 publica su segundo libro, "Cantos de la mañana". Para entonces su prestigio como poeta es considerable e incluso llega a ser elogiada por Rubén Darío, a quien conoce en 1912 durante una visita de éste a Montevideo; el encuentro provoca un intercambio de cartas. Asimismo, en su casa recibe las visitas de varios escritores e intelectuales atraídos por su talento, entre ellos, Manuel Ugarte. Una vez ha despuntado el talento poético de Delmira, su familia apoya su vocación de forma completa; el padre pasa a limpio los poemas tomados de los cuadernos y hojas sueltas de su hija, y lo mismo hará su hermano Antonio. La madre la sobreprotege y procura mantenerla alejada del trato social, incluso cuando ya es una poeta célebre que todos requieren: cuando la visitan, la madre siempre está presente en la sala, algo que no asombra teniendo en cuenta las convenciones de la época. A pesar de las reseñas desfavorables de críticos y biógrafos en cuanto a la relación con sus padres —derivadas de los comentarios recogidos de las cartas de su ex marido, un testigo dudoso— la estudiosa Magdalena García Pinto asegura que Delmira en realidad siempre vio en ellos una «lealtad solidaria», y sostiene que no ha identificado señales de desarmonía al revisar la correspondencia familiar.
En febrero de 1913 publica su tercer libro de poemas, "Los cálices vacíos", poemario más abiertamente erótico que los anteriores, algo que provoca un escándalo social que luego pasa a la murmuración incesante en torno a la joven poeta y su atrevimiento. Los poemas resultaron especialmente escandalosos no sólo porque su autora fuera una joven soltera —léase virgen— sino también, y sobre todo, porque en ese momento se consideraba impropio que la mujer fuera sujeto de deseo, es decir, podía ser únicamente objeto deseado. De allí lo excepcional de sus versos: Delmira se apropia de elementos culturales de la época pero para perfilar un nuevo y complejo sujeto femenino, un sujeto que posee por sí mismo un erotismo personal y diferente a aquel impuesto por la tradición literaria masculina. En pocas palabras, subvierte imágenes y conceptos de la tradición modernista para hablar de sus experiencias como mujer. Por otro lado, en "Los cálices vacíos", Delmira anuncia, en una nota «Al lector», que está preparando un nuevo poemario que se titulará "Los astros del abismo" y el cual considera será «la cúpula» de su obra. Estos poemas, los más oscuros y barrocos, fueron publicados póstumamente en la edición de sus Obras completas de 1924 bajo el título general de "El rosario de Eros".
Hasta el día de hoy no se sabe con seguridad cuándo conoció Delmira a su futuro marido, Enrique Job Reyes, quien no pertenecía al ámbito intelectual ya mencionado. Lo que sí consta es que hacia 1908 él ya la visitaba. Al principio, el romance se mantuvo en secreto, ya que aparentemente la madre se oponía a esta relación amorosa, lo que indica que, contrariamente a lo que señalan sus biógrafos, su madre no controlaba su voluntad. En una de sus cartas de este periodo, Delmira le escribe a Reyes lo siguiente: "Sigue formal como hasta ahora en tus cartas, nunca, ni por casualidad aludas a esta correspondencia. A veces, cuando pienso en si llegara a descubrirse, no puedo añadir más ¡Peligro!". En las cartas de Delmira a Reyes sobresalen una jerga infantil y algunas frases terriblemente caprichosas, muy diferentes al tono apasionado y al estilo más literario de las cartas que cuatro años después le enviará a Manuel Ugarte. Sin embargo, las cartas a Reyes reflejan la primera etapa de aquel romance clandestino, donde no faltan los celos. Después de cinco años de noviazgo, la pareja finalmente se casa el 14 de agosto de 1913.
Un año mayor que Delmira, Reyes era, según testimonios, un joven guapo, de figura atlética y talante seguro, pero de una naturaleza emocional un tanto agresiva y sobre todo, alguien acostumbrado a dominar. Provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y, cuando conoció a Delmira, estaba involucrado en el negocio de la compra y venta de caballos. Sin embargo, lo que se debe destacar es que Reyes nunca le dio importancia al talento poético de Delmira, más bien lo consideraba una «debilidad» de soltera; solía decir que, una vez casados, se encargaría de ver que abandonara la escritura. Pero Delmira venía publicando poesía desde los dieciséis años: era, sin duda, su gran pasión. No obstante, a pesar de lo obvio, Reyes no supo darse cuenta de que alejaría a Delmira de su lado si le exigía que abandonara la escritura.
Adicionalmente, cuando Delmira se casa con Reyes, la poeta ya no está enamorada de él. Para entonces ya siente un fuerte apasionamiento por el intelectual argentino Manuel Ugarte, quien, irónicamente, será uno de los testigos de la boda. Las dudas que atormentaron a Delmira el día de su boda han quedado nítidamente reflejadas en una dramática carta dirigida a Ugarte y escrita poco después de su separación de Reyes: "Piense usted que esas dos palabras que yo pude en conciencia decirle el otro día de conocerlo, han debido ahogarse en mis labios ya que no en mi alma. Para ser absolutamente sincera yo debí decirlas; yo debí decirle que usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel. Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca. Entré a la sala como a un sepulcro sin más consuelo que el de pensar que lo vería. Mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Podría contarle todos mis gestos de aquella noche. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció un momento que usted me miraba y me comprendía. Que su espíritu estaba bien cerca del mío entre toda aquella gente molesta. Después, entre besos y saludos, lo único que yo esperaba era su mano. Lo único que yo deseaba era tenerle cerca un momento. El momento del retrato. Y después sufrir, sufrir hasta que me despedí de usted. Y después sufrir más, sufrir lo indecible..."
Para cuando escribe esta carta, Delmira, quien no había soportado vivir más de un mes y medio al lado de Reyes, se había mudado a la casa de sus padres; aseguraba haber huido de la «vulgaridad». En noviembre de 1913, Delmira interpuso una demanda de separación aludiendo hechos graves sufridos por la conducta de su marido. El 27 de noviembre, Reyes respondió a la demanda negando los cargos; sin embargo, alegó que, puesto que había sido su esposa la que había abandonado su casa y luego lo había acusado de una conducta «impropia de un caballero», estaba dispuesto a aceptar sus deseos ya que, bajo esas circunstancias, la vida en común le resultaría, también a él, inaguantable. Pero esta actitud orgullosa contrastaba con la privada, mucho más desesperada y vehemente; según André Badot, Reyes estaba tremendamente afectado: acosaba a la poeta incesantemente escribiéndole cartas, golpeando su ventana, suplicándole con amenazas.
Sin duda, herido en su virilidad, Reyes no pudo soportar que Delmira no sólo lo abandonara, sino que además inaugurara la ley de divorcio en el Uruguay. El caso tuvo una enorme repercusión debido a que con ello se sentaba un precedente en el continente y a que quien solicitaba el divorcio era una célebre autora de versos eróticos. Por tanto, es fácil comprender hasta qué punto, en un medio tremendamente machista, el marido se sentía cuestionado en su masculinidad. Esto lo confirman los testimonios de la hermana de Reyes, Alina, recogidos en la biografía de Clara Silva, "Genio y figura de Delmira Agustini".
Por su parte, Delmira, poco después de la separación, empieza a cartearse intensamente con Ugarte, y el sentimiento de amor se hace cada vez más explícito. En una carta del 9 de marzo de 1914, Ugarte le escribe: «Será vanidad o misterioso presentimiento, pero siempre he pensado que la serpiente ondularía mejor si yo la acariciara. No sea orgullosa y estrechémonos otra vez las manos fuertemente y déjeme que me acerque bien a usted, que la haga crujir apretándola contra mi cuerpo y que ponga al fin en su boca, largo, culpable, inextinguible, el primer beso que siempre nos hemos ofrecido». Ella le responde: «Todavía me dura la embriaguez deliciosa de su última carta. ¿Si le dijera que hoy sufro escribiéndole? Me da miedo de parecer decirle demasiado y siento que todo lo que le diga me parecerá poco. Sin embargo, el deseo intenso, hasta doloroso, de volver a ver su letra, lo vence todo.».
No obstante, estando el divorcio en pleno trámite, Delmira empieza a verse en secreto con su todavía marido en las habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. Unos dicen que Delmira perpetuó la intimidad con la esperanza de que el trámite de divorcio no se viera obstaculizado. Pero el divorcio se falla el 22 de junio de 1914 y ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, la fecha fatídica en la que, requerida por su ya ex marido, es asesinada cuando este le dispara dos tiros a la cabeza y a continuación se suicida, todo en una habitación repleta de fotografías, pinturas y otros objetos de Delmira. Ella tenía 27 años, él tenía 28, ambos de familias acomodadas, por lo que los periódicos llenaron sus páginas con reseñas sensacionalistas. Ciertamente, la forma en que murió ha originado un mito en torno a la figura de la poeta, uno que pervive hasta el día de hoy.