Soy una impía seductora,
sí, lo soy, me reconozco en ello,
me atavío de loba como divisa
y vago por montes
en constante acechanza,
libando los regueros enfangados;
y el contoneo de mis cuadriles
adquiere el ritmo frenético
que le imprime la cacería de un gamo
levitando sobre lo agreste.
Soy una impía seductora,
sí, lo soy, me reconozco en ello,
una Cleopatra
parida del vientre de una alfombra,
quizás una Circe hechicera
cuyas pociones
transformen en cerdo a más de uno.
Sí, lo reconozco, soy una impía seductora,
una hechicera, una bruja
de la peor ralea.
Pero tú, que me miras desde
tu pedestal de oro pulido,
desde esa torrecita de marfil
que no aguantaría ni medio asalto de un peso pluma,
tú, que te empeñas en resistirte a mis encantos…
Sí, tú…
¡Ay, pobrecito!
Nada va a quedar de ti,
ni los laureles de César,
ni los de Marco Antonio tampoco,
¡a ver qué te piensas!
ni siquiera la piel del gamo,
ni uno solo de los cerdos
para ayudarte a regresar a Ítaca sano y salvo.
Porque esta Circe o Cleopatra
o Luperca,
va a lamerte hasta el tuétano,
a devorarte hasta la esperanza,
y va a enseñarte
que cuando una hembra quiere
—y yo quiero—
no hay fuerza de macho que resistírsele pueda.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: “Cleopatra y César” (1866), Jean-León Gérôme
Música: "Smells like teen spirit", Nirvana