Regreso a casa
acariciando, con yemas dulces,
las espigas
que la tierra nutre de sol
en la profundidad de su útero.
Regreso a casa:
el gesto cansado,
la piel de una Ariadna dormida
cegando los poros,
y el tiempo
(ese atleta de infatigables músculos,
ese rodamiento permanente y elástico)
estrechando el círculo de la memoria
como un grillete de acero,
como una corona de hojalata
—sin gemas ni valor alguno—
ceñida sobre la frente de la náyade Lete.
Tal vez sólo haya transcurrido un segundo,
tal vez un eón,
mas qué importa,
pues hoy regreso a casa,
al reino celeste de tus ojos.
(Mayte Dalianegra)
Pintura: "Ariadna" (1898), John William Waterhouse